¿Cómo puede ayudarnos el Eneagrama cuando nuestras torres se derrumban?
Las crisis son algunas de las más significativas experiencias humanas. Todos nosotros, en algún momento, hemos pasado por ese trance. Una crisis puede durar poco tiempo, días, e incluso años. Sin embargo, lo que principalmente caracteriza una crisis no es su duración sino lo que ella significa para cada uno de nosotros. En términos generales, una crisis implica una experiencia de profundo shock, una conmoción de lo más profundo de nuestro ser, un resquebrajamiento de aquello que hasta ese momento teníamos por seguro, firme o duradero. Cuando estamos en medio de una crisis sentimos que las bases y estructura de nuestro ser, los valores sobre los que construimos aquello que es valioso en nuestra vida, se sacuden fuertemente, incluyendo nuestro bienestar físico, mental, emocional, e incluso espiritual. Por tanto, experimentamos que disminuye nuestra auto-confianza, nuestro sentimiento interno de seguridad, estabilidad, y se ve afectada nuestra rutina cotidiana. Especialmente es sacudida nuestra rutina. Una crisis puede ser producida por una enfermedad, una separación, o una pérdida; lo cual conlleva una experiencia dolorosa, shockeante, incluso algunas veces la crisis puede ser para nosotros una experiencia traumática. La crisis abre una grieta irreparable en nuestra rutina, a la que podemos denominar nuestra “torre”. La rutina, la torre, puede ser para nosotros una especie de prisión en la cual estamos encerrados, una prisión que hemos construido con el tiempo por medio de nuestras acciones, omisiones, o simplemente por medio de cierta energética atracción de aquello que nos hace sufrir, incluso aunque estemos acostumbrados a ello.
[La Torre, Arcano Mayor N° XVI,
Tarot de Cristal, de Elisabetta Trevisan]
Surgido en el siglo XIII, el Tarot ―especialmente los 22 Arcanos Mayores― contiene imágenes que simbolizan algunas de las más significativas experiencias humanas. La Torre representa una crisis vital; un quiebre profundo en nuestro modo de vida; pero también simboliza un cambio, un giro, un punto de inflexión que puede conducirnos a un aprendizaje de vital importancia, un insight; una experiencia que, aunque dolorosa, constituye una oportunidad para madurar; una experiencia que siempre implica cierta liberación respecto a la ignorancia que de alguna manera nos tenía presos hasta ese momento. Cuando estamos en medio de una crisis, sentimos tal malestar mental y emocional que lo único que queremos en ese momento es que la crisis termine cuanto antes posible. Al atravesar por una crisis nos sentimos enojados, frustrados, decepcionados, humillados, deprimidos y/o desesperados. En tal torbellino mental y emocional es muy poco probable que practiquemos mindfulness ―aunque sería muy bueno y saludable que lo hiciéramos―. En cambio, es más probable que digamos algo así como: “Esto duele demasiado. Tengo que encontrar una solución. Tengo que hacer que este sufrimiento termine”. Lo que tenemos por cierto es que quejarse no sirve de nada, culpar y maldecir, tampoco; negar aquello que nos duele sólo incrementaría el sufrimiento y malgastaría nuestra energía mental que deberíamos utilizar para hallar soluciones efectivas a lo que estamos viviendo, y sacar aprendizajes de tal sufrimiento. Entonces, ¿qué podemos hacer cuando estamos atravesando por una crisis? Esta es la pregunta más importante en relación a esta experiencia humana universal, tan existencial como inevitable. Asumiendo que la crisis adquiere características y circunstancias diferentes para cada persona, con todo, podríamos sugerir los siguientes tres pasos generales para afrontar una crisis: (1) cultivar una aceptación lúcida de la realidad, los hechos tal como son; (2) procurar entender cada crisis particular y sacar de cada una una enseñanza; y (3) practicar la gratitud. Echemos un vistazo a cada uno de estos pasos en particular.
I
ACEPTAR LÚCIDAMENTE LA REALIDAD
¿Qué tiene el Eneagrama para decirnos acerca de la realidad en sí misma? Es bien conocido que de acuerdo a la perspectiva de Gurdjieff, el Eneagrama no una simple figura geométrica estática sino principalmente una especie de esquema del dinamismo de la vida, capaz de explicar el constante fluir cambiante de la realidad. De allí la primera lección del Eneagrama: Todo cambia; todo fluye. La héxada resulta de la relación entre la Unidad fundamental (uni-verso), representada por el círculo, y la Ley del Siete: 1/7 = 0,1428571… El triángulo central surge de la relación entre la Unidad fundamental y la Ley del Tres; la cual establece tres puntos equidistantes dentro del círculo, que son los centros de las tríadas: hacer, sentir y pensar. Y todo esto no es por azar. He aquí la segunda lección del Eneagrama, que subyace en el simbolismo de su estructura geométrica: Nada está en el lugar equivocado; cada punto ocupa su propio lugar dentro del orden de la totalidad. Sería bueno que recordáramos esto durante una crisis: Todo cambia por una razón; y lo hace acorde a un orden, de modo que cada cambio tiene un significado dentro del orden de la totalidad. Considerando esto, seremos capaces de afrontar la crisis con una actitud menos rígida, más plástica, y una actitud de mayor apertura y receptividad, y a la vez con esperanza y optimismo; todo lo cual es condición de posibilidad de acciones más asertivas para afrontar adecuadamente una crisis.
¿Cómo podemos aceptar la realidad? El primer paso para afrontar una crisis es aceptar los hechos, la realidad tal como es. Esto no significa resignarse, sino ser capaz de estar lúcidamente presente aceptando la auténtica naturaleza de la realidad; y la naturaleza de la realidad en sí misma es el fluir, el cambio. De este modo, podremos mirar la realidad desde una perspectiva consciente y lúcida, de modo que podremos encontrar paz, incluso en medio del sufrimiento, mediante el cultivo de una actitud aceptante del cambio, del fluir de la vida en sí misma. En otras palabras, se trata de aceptar sinceramente los hechos tal y como son. Por ejemplo, podemos respirar hondo, mientras decimos mentalmente: Esto/aquello se ha roto. Esto/aquello ha terminado. He perdido esto/aquello… Y es así, aunque me duele reconocerlo. No olvidemos que hay una gran lección que aprender en cada crisis ―aunque más no sea, aprender a aceptar los límites. Sí, los límites. Sólo un Ser Infinito, por definición, no tiene límites. Pero nosotros no somos Dios; somos seres finitos. Toda nuestra existencia es limitada; todo lo que hay en nuestra vida tiene un comienzo y un final, incluyéndonos a nosotros mismos. Digámoslo una vez más, la primera lección que encierra una crisis es que en el plano humano, todo tiene límites.
II
PROCURAR ENTENDER Y APRENDER
Si comenzamos buscando el sentido de una crisis preguntando “¿Quién tiene la culpa de esto?”, tengamos por seguro que hemos errado el camino. Para entender una crisis no necesariamente tenemos que buscar un culpable. No todo lo que ocurre en la vida es o culpa nuestra, o culpa del vecino, o culpa de Dios. Cada acontecimiento, cada cambio en el mundo tiene, de hecho, un sinnúmero de causas concomitantes. Además, simplemente buscar un culpable está lejos, muy lejos de encontrar el auténtico sentido de una crisis en particular. Pero cuando estamos en medio de una crisis, por lo general, no buscamos entender el significado subyacente de esa situación particular. Sino que, arrastrados por emociones negativas ―como el odio, el resentimiento, el dolor― lo que hacemos es procurar descargar esas emociones sobre alguien o algo, que muchas veces resultan ser la persona o el objeto equivocado. Pero si hacemos eso, simplemente descargarnos sobre alguien o algo, nuestra mente no encuentra descanso porque, de hecho, no hemos encontrado el sentido de la crisis. Hasta que no hallemos el sentido o significado de una crisis, las emociones y pensamientos negativos seguirán rondando nuestra mente como las moscas alrededor de un trozo de carne al aire libre. Para ir en pos del sentido que subyace a una crisis debemos hacer el sincero esfuerzo de dejar de lado emociones negativas como la ira, la frustración, la humillación, y la tristeza. Para encontrar un sentido más profundo de la crisis, deberíamos considerar al menos dos elementos, el desde dónde y el hacia dónde, los cuales constituyen una suerte de guía o dirección que orientan a la mente a entender el asunto. La dirección de cada crisis está enmarcada por la tensión entre dónde ésta comienza ―sus causas― y hacia dónde se dirige ―su meta o propósito―. El Eneagrama puede ayudarnos a analizar cada crisis para descubrir ambos aspectos. Por una parte, el propósito de una crisis siempre incluye cierto aprendizaje vital y también una especie de “liberación”, como dijimos. Nuevamente, respiremos hondo, cerremos los ojos, y miremos con el ojo de la mente. Miremos gentilmente el presente, y consideremos: ¿Qué significa esta crisis para mí?, ¿Qué puedo aprender de ella? Algo es cierto: Nada ocurre por casualidad en nuestras vidas. Todo tiene un cierto sentido, incluso si no podemos verlo claramente ahora mismo. Por otra parte, entender las causas que produjeron una crisis puede ayudarnos a aprender más de esa experiencia. Cuando logramos entender las causas que produjeron una determinada crisis, el sufrimiento que ésta implica adquiere mayor sentido para nosotros, y comienza a ser algo más fructífero, soportable, algo que podemos afrontar. Por el contrario, el sinsentido convierte al sufrimiento en algo difícil de afrontar, algo inútil y estéril. La primera gran lección del Eneagrama ―Todo fluye― nos enseña que cuando la energía ha sido bloqueada en algún aspecto de nuestra vida (ya sea en el plano físico, mental, emocional, relacional, motivacional o espiritual), tarde o temprano caeremos en crisis si el flujo de la energía vital no es restablecido. El flujo de la energía puede ser bloqueado ya por exceso, ya por defecto, o simplemente porque estamos empleando nuestra energía vital orientándola según esquemas absurdos o patrones mentales disfuncionales. Los bloqueos de la energía vital pertenecen típicamente al plano del ego. En consecuencia, para superar una crisis es esencial no sólo conocerse a uno mismo, sino también trabajar esforzadamente para remover patrones disfuncionales, e incluso trascenderse a uno mismo, yendo más allá de la identificación egoica ―nuestro eneatipo―, para lograr alcanzar una mayor consciencia de nuestro auténtico Ser (Self).
Siguiendo el diagrama del Eneagrama, los nueve puntos pueden ayudarnos a identificar nuestros patrones mentales disfuncionales, los que pueden estar en la raíz de una determinada crisis personal. Independientemente de cuál sea nuestro propio estilo de personalidad, alguno de los nueve patrones o varios ―si no todos ellos― pueden estar en la raíz de una crisis particular. Necesitaremos prestar atención a todos ellos.
Punto 1. Rigidez. La plasticidad es una condición esencial de la existencia. Cada ser vivo necesita cierto grado de plasticidad que le permita adaptarse a su medioambiente. De otro modo, le sería muy difícil ―si no imposible― sobrevivir. Directamente opuesta al fluir de la energía, la rigidez refuerza una estructura artificial que sofoca la realidad y sus cualidades naturales de maneras poco saludables. La inflexibilidad no permite experimentar y explorar puntos intermedios entre los extremos. Sin embargo, la realidad no sólo incluye un polo y su opuesto, sino que incluye todos los puntos intermedios entre ambos. De esta manera, para evitar que cese el flujo de la energía vital a través de los planos físico, emocional, mental, relacional, debemos aceptar que el fluir, la variedad, y el cambio son realmente más valiosos que los patrones mentales o esquemas que imponemos sobre ellos. En relación a este punto, Martin Heidegger nos diría: “¡Deja ser al ser!”. Punto 2. Dependencia. Existen diferentes formas de dependencia. A veces ésta aparece explícitamente como “necesidad del otro”; otras veces, aparece de modo implícito —y paradójico— como dependencia de la propia independencia; otras veces se manifiesta como co-dependencia: “necesito que me necesites”, o simplemente como dependencia del reconocimiento de los otros, lo cual impulsa estrategias como seducción, humanitarismo, o incluso afectuosidad hacia los otros. ¿Qué significaría liberarnos de nuestras dependencias, cualesquiera sean? Los seres, las cosas y las personas, ya existían antes que llegáramos al mundo, y muchos de ellos continuarán existiendo cuando nosotros ya no estemos aquí ―al menos, cuando no estemos del modo en que estamos ahora―. Todos necesitamos algo de parte de los otros, pero nadie es absolutamente necesario para alguien. Aprender a amar auténticamente significa aprender a vivir libremente. Más aún, aprender cómo ser genuinamente libres implica aprender a amar de verdad. San Agustín dijo: “Ama, y haz lo que quieras”. A lo cual añadiríamos, pero asegúrate de que estés realmente amando y no creando dependencia, o apegándote malsanamente al objeto de tu amor. Punto 3. Apariencia. De acuerdo a los filósofos antiguos, la belleza en sí misma se define como aquello que agrada a la vista. La belleza proporciona gozo y placer a la persona que es capaz de contemplar estéticamente las cosas bellas sin apego. Si alguien sólo viviera para que él mismo o sus obras fuesen agradables a los ojos de los demás, sin disfrutar él mismo de la belleza en sí, tal persona probablemente viviría siendo un esclavo en su propia prisión. ¿Quién podría negar que la armonía, la proporción, la suavidad, el orden y la eficacia son importantes en la vida humana? Sin embargo, si el ‘envoltorio’ ocupa el primer lugar, ¿dónde queda el valor de la realidad en sí misma? ¿De qué nos serviría hacer algo si no somos capaces de disfrutar y compartir el producto de nuestro esfuerzo, si en cambio competimos para ser los mejores? ¿Para quién hacemos lo que hacemos? Como dijo el Principito: “Recuerda que lo esencial es invisible a los ojos”. Y no olvidemos que no podemos disfrutar plenamente de aquello que no somos capaces de compartir. Punto 4. Menosprecio. Tanto desde un punto de vista psicológico como desde un punto de vista espiritual, podemos tener por cierto que el que no valora ‘lo de adentro’, poco y nada valorará todo lo demás. Entiéndase por ‘valorar lo de adentro’ una adecuada autoestima, el amor por sí mismo como raíz de la valoración y el aprecio de todo lo demás. Un niño queda cegado a todo lo demás excepto a sus propias emociones cuando se siente enojado, resentido, herido, o peor, cuando se siente desconectado de la fuente de cuidado y amor. Cuando los adultos nos sentimos como ese niño, difícilmente apreciamos el gran don que tenemos ante nuestros ojos: el presente. ¡Entonces nada nos viene bien! No todas las heridas pueden ser emparchadas con regalos; no todo tipo de carencia puede ser llenada con objetos, logros, o relaciones. Paradójicamente, podemos experimentar que cualquier sensación de carencia pasa a un segundo plano cuando somos capaces de disfrutar el aroma de una flor, maravillarnos ante un insecto o animal, o cuando somos capaces de reír junto a un niño, dando y recibiendo un abrazo y disfrutando todo eso. El punto es que nada puede llenar un hueco que pertenece al pasado ―puede ser un hueco sobredimensionado― excepto la experiencia de estar plenamente conectado al momento presente. ¡Esa es la clave! Al fin y al cabo, cualquier cosa que buscamos, cualquier cosa que anhelamos, a veces de un modo no consciente, no es algo ausente sino el presente mismo y la capacidad de estar conectados al Ser, que es siempre presente. Si disfrutamos de las pequeñas cosas en el presente, nuestro corazón trasformará naturalmente la amargura y la crítica en gratitud y gozosa creatividad. Melanie Klein nos diría al respecto: Cambia la envidia por constante gratitud, y sentirás que tu corazón renace, trayendo nuevas y buenas perspectivas. Punto 5. Desconexión. Aunque de alguna manera todas las cosas están interconectadas, esa conexión en sí misma no es evidente para los ojos externos sino sólo para el ojo interior, el ojo de la mente superior. Pero no logramos verlo porque el miedo nos ciega, hace sentir aislados y nos desconecta del flujo de la vida: miedo de experimentar sentimientos demasiado profundos que nos dejen vulnerables, miedo de dejarnos llevar, miedo de ser usados por otros, miedo al ‘vacío’, a perderlo todo. Pero pensémoslo bien, ¿qué podríamos o qué podemos realmente perder? Lo que nos lleva a considerar el siguiente interrogante: ¿Qué es lo que atesoramos con mayor empeño en la vida? ¿Qué es lo que más nos rehusamos a perder? ¿No será que en el fondo es el miedo al vacío aquello a lo que realmente nos rehusamos a dejar ir? De hecho, ¡no queremos dejarlo ir porque estamos muy acostumbrados a él! Estamos tan apegados al miedo al vacío que nos esforzamos hacer cosas conducen a perpetuarlo, como intentar llenarlo con cosas que terminan reforzando la sensación de vacío y el miedo al mismo. Y nos protegemos a nosotros mismos y a nuestros bienes construyendo a nuestro alrededor muros invisibles —muros de frialdad, insensibilidad y autosuficiencia. El miedo nos hace sentir aislados y nos desconecta del flujo de la vida. Estar desconectados de nuestro propio corazón nos desconecta del amor de los demás. Estamos tan apegados al temor al vacío que olvidamos algo fundamental, que ni el miedo ni el vacío son nuestras auténticas posesiones, por lo tanto efectivamente podemos dejarlos ir sin que ello implique disminución alguna de nuestro auténtico ser. Lo que somos, aquello que llamamos Ser, no disminuye. Entonces, ¿qué podríamos perder? La Madre Teresa de Calcuta nos recuerda: “Hay más alegría en dar que en recibir; da amor y recibirás amor”. Punto 6. Desconfianza. No seremos capaces de confiar en nada ni en nadie si primero no sacamos de nuestra mente los ‘fantasmas’ de desilusiones y frustraciones del pasado, los cuales siguen operando en el presente y los proyectamos hacia el futuro. No se trata de tirar nuestras perlas a los cerdos, ni de confiar en alguien que no sea digno de nuestra confianza. El punto es que no confiamos en nosotros mismos, y por ende desconfiamos de todo y de todos a nuestro alrededor. El principal objeto de la fe (fides = confianza) no está afuera ni lejos sino muy cerca y en nuestro interior. De hecho, para superar el miedo a la oscuridad, es mejor aprender a amigarnos con la oscuridad, aprender a estar a oscuras lo suficiente sin desesperarnos, que simplemente encender la luz. Al fin de cuentas, es bueno recordar que con o sin luz, nuestro ser permanece esencialmente el mismo. Así también tenemos que amigarnos con nuestros miedos, están ahí, aunque no somos ellos. La seguridad interior no surge de lo que vemos en el exterior, sino de confiar en nosotros mismos, aceptarnos y amarnos tal como somos. Quizás sería necesario que un ángel tocara nuestra frente para ayudarnos a recordar que tanto la calidez como la seguridad de estar en casa late viva en nuestro corazón, en nuestra mente, pero no en algo o alguien externo. En este sentido, San Juan dice: “El amor destierra el temor”. Punto 7. Fuga. Andar, recorrer caminos inesperados; volar en avión o con la imaginación; experimentar lo diverso dando rienda suelta a la curiosidad; evitar los compromisos, las ataduras, los límites, y las malas vibras; libertad, espontaneidad, optimismo, variedad y cambio de todos tipos; no aburrimiento, no rutina, no monotonía; siempre puedes hacer algo diferente, o al menos imaginártelo; siempre puedes planificar algo nuevo... Sea como sea, para algunas personas todo esto es un estilo de vida, incluso cuando puede acarrearles conflictos y crisis en las relaciones y en otras áreas. Sin embargo, ¿es necesario ese movimiento constante y sin descanso, tragar sin saborear? ¿Realmente necesitamos saltar, correr, volar… todo el tiempo de aquí para allá? Preguntémonos: En este preciso momento, ¿de qué estoy escapando? Quizás estamos escapando de dejar de escapar. ¿Qué pasaría si dejase de escapar? Consideremos lo siguiente: la Totalidad del Ser abarca todo, lo que existe y lo que no, la afirmación y la negación, la presencia y la ausencia. Pero la mente separa las cosas y las opone, unas contra otras. De allí que escapamos corriendo de una cosa hacia otra. Pero la verdad es que todas las cosas están conectadas, todos los opuestos están incluidos en la Totalidad del Ser. Por tanto, en cierto sentido, es imposible escapar de nada. Considerando esto, podemos parar de escapar de nuestra vida cotidiana. En otras palabras, podemos seguir haciendo lo que venimos haciendo día a día, pero esta vez con menos ansiedad, descansando en nuestro propio centro, sabiendo que ya lo tenemos todo, y a la vez no tenemos nada, pero si vivimos lúcidamente y en paz, no necesitamos escapar de nada. Heráclito de Éfeso, en este punto nos diría algo así como: Encuentra el Logos (sentido), y descansarás en el fluir de todas las cosas. Punto 8. Forzar. Es cierto que para hacer una torta hay que romper huevos, pero ¿para qué haríamos una torta sino para celebrar, disfrutar y compartir algo? La misma fuerza puede ser utilizada para destruir, dominar, forzar, o bien para construir, cuidar y proteger a alguien o algo. Del mismo modo, el fuego puede iluminar y calentar, pero también destruir. Para unos, la intensidad del fuego puede ser atractiva; para otros, ser algo temido. La fuerza y el poder son esenciales para cualquier tipo de progreso; pero en exceso, pueden conducirnos a la ruina y al abismo. La excesiva intensidad es el sentido etimológico exacto del término luxuria. La lujuria no pide por favor; la lujuria fuerza la realidad para satisfacerse a sí misma. Muchas crisis pueden surgir de actitudes lujuriosas, actitudes que tienen a tomar por la fuerza. Es un gran arte aprender a dominar el poder del fuego, aunque controlando sus límites. A veces la búsqueda de intensidad lleva a dar rienda a la venganza. La venganza es inútil, y en sí misma no es justicia. La venganza sólo es un medio para descargar el fuego de la ira. Por lo contrario, la justicia se orienta a la restauración del balance previo —el balance que se perdió por una injusticia—. La verdadera justicia no fuerza. El auténtico balance nunca puede ser restaurado forzando las cosas o las persona de un modo lujurioso. Más aún, desde la perspectiva de la mente superior, no es necesario forzar a nada ni a nadie para restablecer el equilibrio de las cosas. La ley del Karma nos recuerda: Cada acción produce una reacción, de modo que el equilibrio se restablece a sí mismo dentro del Todo. Punto 9. Inercia. Nadie puede vivir la vida entera en las nubes de la inercia, la indeterminación y la indolencia. En algún punto todos necesitamos despertar. La inercia del ego es tan fuerte que los seres humanos llegamos a confundirla con nuestra auténtica naturaleza. La inercia llega a ser el principal obstáculo para nuestro despertar y evolución interior. Compulsivamente pensamos que estamos bien incluso cuando en realidad no lo estamos, o pensamos que todas las cosas están mejor así como están que de otra manera; como dice el conocido proverbio popular: Más vale malo conocido, que bueno por conocer. El ego se siente más cómodo cuando está sumergido en la inercia que cuando experimenta una auténtica, consciente auto-determinación. Incluso cuando parece ser el modo más efectivo para evitar conflictos cotidianos, la inercia, tarde o temprano, nos ocasionará mayores conflictos y crisis. Pero, ¿cómo podemos abandonar la inercia si permanecemos dormidos en ella? Justamente cada crisis nos recuerda que tenemos que despertar. Así como san Pablo fue despertado por aquél rayo de luz que lo tiró al suelo desde el caballo en el que estaba montado —el caballo de la inercia—, así también nosotros a veces necesitamos que una crisis nos tire abajo desde el caballo de la inercia para despertar. Una vez en el suelo —como cuando estamos en crisis— dejamos las nubes y somos capaces de conectar otra vez con la tierra que nos sustenta mientras vamos despertando y evolucionando. Los maestros espirituales de todos los tiempos nos dicen: Cuando cada consciencia individual despierta, el mundo entero despierta con ella. Si no despertamos, no podemos discernir la verdad; si no podemos discernir la verdad, no podemos decidir acciones correctas; si no tomamos buenas decisiones, no podemos superar las crisis. De otro modo, sólo estaríamos construyendo castillos de arena. ¡No hay tiempo que perder! Como dice aquél dicho popular: “Buey lento, bebe agua turbia”. Y esto es particularmente cierto en el plano espiritual. Si siempre dejamos para otro momento nuestro despertar, nunca beberemos las aguas frescas de la renovación y la iluminación, porque el Ser es siempre presente y sólo en la consciencia del presente podemos encontrar el sentido de nuestra existencia y una mejor y más integral solución a cada crisis en particular.
III
PRACTICAR LA GRATITUD
Si las crisis son de alguna utilidad, es porque ellas nos ayudan a despertar de nuestros patrones mentales disfuncionales, los cuales sustentan y perpetúan las causas que subyacen a las crisis: inflexibilidad, dependencia, apariencia, menosprecio, desconfianza, escape, forzar las cosas, inercia. Si utilizamos estos nueve puntos para analizar una crisis, podemos identificar los patrones que pueden estar en la raíz de cada crisis —desde uno de ellos, hasta todos juntos en— de modo que, así, podamos encontrar cierta comprensión y sentido para cada crisis en particular. Sin embargo, algunas veces no queremos entender el por qué de que las cosas van mal, porque sabemos que la mayoría de las veces tenemos que hacernos responsables de aquello que nos está haciendo sufrir. Incluso cuando no logramos verlo con claridad, muchas veces colaboramos a generar nuestras crisis mediante nuestros propios patrones mentales disfuncionales. Aceptar los hechos, entender de dónde surgen, y asumir la debida responsabilidad, todo ello nos permite sacar importantes enseñanzas de cada crisis en nuestra vida. Si lo hacemos, tenemos mucho que agradecer a cada crisis. Cada vez que decimos gracias por aprender algo en la vida, nos sentimos energizados, nos sentimos llenos de una energía transformadora. No hay nada más poderoso que dar gracias sinceramente a partir de una experiencia, que nos aporta una perspectiva o enseñanza nueva, incluso cuando se trate de una experiencia dolorosa. Asumir responsabilidad por nuestras crisis nos hace personas más maduras, realistas y conscientes. El auténtico crecimiento interior y la auténtica sabiduría provienen de la práctica conjunta de la autoobservación y la auto-aceptación incondicional. Si cultivamos la gratitud, nunca nos sentiremos completamente desesperados en medio de una crisis, porque sabemos que podemos aprender algo importante para nuestra propia evolución, algo que puede aportarnos experiencia, madurez, y bienestar en el futuro. Una persona sabia es una persona siempre resiliente y agradecida, dado que siempre es capaz de aprender algo nuevo de cualquier cosa que le suceda.
Hasta la próxima,
Marcelo Aguirre
Ponencia presentada en la Jornada Nacional de Eneagrama,
22 de octubre 2016, Ciudad de Córdoba.
Artículo publicado en www.IeaNinePoints.org
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