Introducción
Originalmente, en el psicoanálisis freudiano, la noción de mecanismos defensivos alude a cierto conjunto de comportamientos y procesos psíquicos de raíz inconsciente que con más o menos eficacia tienen a evitar la angustia y otras emociones displacenteras, resultantes del conflicto intrapsíquico entre las pulsiones del Ello (bajo el principio del placer), las exigencias morales del SuperYo (normas y prohibiciones culturales), y las consideraciones del Yo consciente (que pretende funcionar "racionalmente", bajo el principio de realidad).
Claudio Naranjo tuvo la genialidad de reorientar el estudio de los mecanismos de defensa situándolos no ya en el contexto del conflicto pulsional, sino dentro de la “psicodinámica existencial” de los nueve estilos de personalidad o eneatipos. En este nuevo horizonte de interpretación psico-ontológico, los mecanismos de defensa son vistos como intentos fallidos del ego por suplir su originaria desconexión respecto del ser, y evitar así el sufrimiento que le es consecuente. Los mecanismos de defensa serían, de este modo, los principales representantes de los automatismos del ego; su origen estaría en la mencionada desconexión respecto del ser, lo que en la expresión del psiquiatra chileno se denomina oscurecimiento óntico; además, los mecanismos de defensa, a medida que más son ejercitados por el ego, perpetúan la desconexión con el ser, sumiendo al ego no sólo en la neurosis, psicológicamente hablando, sino también y principalmente en la ignorancia de sí y en su consecuente crisis existencial, alejándolo cada vez más de su referencia al ser o esencia.
Nótese que entre «desconexión respecto del ser» y «oscurecimiento óntico», expresiones análogas que normalmente se usan de modo intercambiable, hay una sutil diferencia. Son dos modos de enfocar la dramática —y mítica— pérdida originaria de la Totalidad trascendente y la armonía interna y externa del alma humana (en muchas religiones y mitos antiguos encontramos una referencia a esta desconexión originaria o caída; tema sobre el que hace tiempo dediqué, en mi antiguo blog, un artículo titulado El triángulo central y la caída).
La primera expresión —desconexión respecto del ser— pone el acento en la pérdida de la experiencia de la vinculación con la totalidad, esto es, el alma humana pierde su referencia al todo, al ser, y a partir de ello comienza a verse ilusoriamente como una parte separada e independiente de la totalidad. En tal sentido, el ego se percibe a sí mismo como parcial, deficiente, incompleto en relación a la totalidad, ser o esencia; y buscará modos neuróticos de compensar esa deficiencia óntica: de allí surgirán las nueve pasiones del eneagrama o motivaciones deficitarias —como las llama Naranjo—.
La segunda expresión —oscurecimiento óntico— pone el acento en la ignorancia del sí mismo auténtico, en virtud de la cual el ego construye una máscara —un falso-sí-mismo—, junto con una errónea visión de los demás y del mundo, respecto de los cuales alberga una «ilusión de separación», como si el sí-mismo pudiera, acaso, existir separado de los otros y del mundo en su totalidad. De allí surgen las nueve fijaciones cognitivas, que son nueve errores cognitivos implícitos, creencias erróneas —«ideas locas», como los denomina coloquialmente Naranjo—. De las fijaciones cognitivas se derivan las creencias nucleares —la «tríada cognitiva», como la denomina Aaron Beck—, esto es, las creencias disfuncionales e incuestionadas que el ego alberga respecto de sí mismo, los demás y el mundo en general.
Veamos, a continuación, sintéticamente, los principales mecanismos de defensa de cada eneatipo, tomando como referencia principal la obra Carácter y Neurosis, Una Visión Integradora (1994), de Claudio Naranjo.
El orden que seguiremos en el desarrollo de este tema es el siguiente: partiremos de la tríada visceral, luego la tríada emocional y finalmente la mental. A su vez, en cada tríada comenzaremos por el punto central de la misma, luego seguiremos por el punto extrovertido de la tríada, y finalmente el punto introvertido de la tríada.
Vamos con ello!
Tríada visceral
IX (punto central) / VIII (extrovertido) / I (introvertido)
Orientación al “hacer” desde la inercia
IX. Narcotización, deflexión, confluencia
El Nueve busca sustituir la originaria desconexión respecto del ser con una ilusoria e idealizada impasibilidad.
El mecanismo de defensa principal de este estilo de personalidad es la narcotización. Consiste en una maniobra —inconsciente— de autodistracción respecto del sí mismo auténtico, mediante una inmersión en el mundo externo, atendiendo a lo periférico y descuidando lo realmente importante en relación a sí-mismo; «desapareciendo», en cierto modo, entre la inercia mecánica de actividades rutinarias, entre los estímulos externos —como la televisión, actividades de jardinería, colección de curiosidades, etc.—; con una característica sobreadaptación al entorno.
Secundariamente, cuando la narcotización se aplica a las relaciones sociales, el Nueve puede mostrarse amable y conversador, pero a la vez suele perder el vínculo interpersonal mediante largos rodeos, quedándose en los meros detalles, o haciendo comentarios de comentarios, evadiendo toda temática que lleve al plano del mundo interno; en este caso, el mecanismo defensivo es la deflexión. Otro mecanismo secundario de este eneatipo es la confluencia, que consiste en una fantasía de fusión por la cual el Nueve pierde los límites del sí mismo en su sobre-adaptación al entorno, pudiéndosele aplicar la sentencia: “Yo soy tu, luego existo”.
VIII. Deshinibición, desensibilización...
El Ocho busca la intensidad y la autonomía como un sustituto del ser.
Desde su inconsciente, el ego lujurioso (desafiador, autoafirmado, ávido de intensidad) se defiende contra toda amenaza de dominación, evitando cualquier apariencia de debilidad o dependencia. Es por ello que su mecanismo de defensa principal será la contra-represión ó desinhibición; esto es, reaccionar contra de aquello que cree podría limitar su autonomía; empezando por evitar una auto-censura o inhibición.
Secundariamente, en cuanto rechaza las normas sociales, y desiste de las expectativas de amor de los demás: desensibilización. En cuanto rechaza moldearse a las expectativas de los demás: contra-identificación. Dispuesto a expresar con claridad y firmeza aquello que esté en desacuerdo con sus deseos: contra-introyección. Además, este ego tiene una natural tendencia a volcarse al mundo material y pragmático, evitando interiorizarse de la propia subjetividad, emocionalidad y todo aquello que pudiera parecer femenino o débil: contra-intracepción. Nótese que los mecanismos defensivos de este eneatipo son opuestos a los mecanismos que predominan en la tríada del sentir, dado que el VIII se opone abiertamente a depender de la opinión y valoración de los otros, como es típico de los emocionales (II, III y IV).
I. Formación reactiva, represión
El Uno persigue la virtud, la perfección moral y el «correcto hacer» como sustitutos del ser, respecto del cual se ha desconectado.
Pero esto lo hace desde la pasión —motivación deficitaria del ego—, la ira. Lejos de ser una búsqueda de la auténtica perfección surgida de la esencia, es más bien el resultado de la transformación de la ira en un perfeccionismo tendiente a volverse cada vez más rígido y compulsivo. De allí que el ego iracundo suele ser un “virtuoso enojado”, porque gracias a su principal mecanismo defensivo, la formación reactiva, ha transformado la ira en búsqueda de perfección, refinamiento, perfeccionismo, hipercontrol, crítica y autocrítica acentuadas.
Junto a lo anterior, observamos en el Uno una característica tendencia a la acción orientada a modificar, reformar y “mejorar” a sí mismo y al entorno, favoreciendo un auto-concepto elevado y cierto aire de superioridad moral. De allí que su mecanismo de defensa secundario es la represión, esto es, la orientación a mantener a raya la expresión de las emociones y deseos.
Tríada emocional
III (punto central) / II (extrovertido) / IV (introvertido)
III. Negación, identificación...
El Tres busca compensar el vacío interior mediante los logros, el brillo y los aplausos, en el campo de las apariencias, donde la ética se subordina a la finalidad pragmática, a la estética de la imagen y a la buena reputación social (según la variante instintiva que predomine).
Y puesto que los afectos son vistos como potencialmente peligrosos en cuanto obstáculos para la consecución de metas concretas y materiales, el ego vanidoso los mantiene a raya mediante el mecanismo defensivo de la negación; de allí que modifica su foco de atención de tal modo que “no ve” sus propias demandas emocionales —similar al Dos—, y de esa manera reorienta su energía al trabajo, la agenda, el cumplimiento de metas y objetivos. Lo cual está al servicio de la identificación con una imagen socialmente aceptada y deseable, una suerte de personaje construido para satisfacer las expectativas de los otros (la familia, primero, y otros círculos sociales de pertenencia, luego), en detrimento de atender a sus auténticas motivaciones —lo que el él/ella realmente quiere, lo que en verdad disfruta hacer—. De allí su característica orientación pragmática, escasa espontaneidad en la expresión emocional, es esfuerzo por destacar, competir y brillar.
Empero, como las demandas de la esfera afectiva de la vida son particularmente difíciles de ignorar —dejar bajo la alfombra de justificativos y razones pragmáticas—, este ego utiliza como mecanismo secundario la racionalización. Este mecanismo consiste en encontrar argumentos "racionales" —muchas veces forzados— que lo orientan a considerar que conseguir metas/logros es más valioso que dedicar tiempo al plano emocional y al ocio.
II. Represión, amplificación emocional
El Dos busca compensar la desconexión respecto del ser con la falsa abundancia y una característica «generosidad egocéntrica» —expresión que Naranjo refiere a la tendencia de este ego a convertirse en imprescindible para los otros a fin de asegurarse su aprecio y valoración—.
Puesto que el orgullo pone al ego por encima de los demás, en cuanto que los otros son vistos como “necesitados” de cuidado, cariño, afecto y valoración, el ego Dos utiliza como mecanismo principal la represión por medio de la cual desestima —pierde contacto con— sus propias necesidades —las mismas que atribuye a los demás—, para adoptar el rol de ayudador, cuidador, dador.
Además de lo anterior, el Dos se caracteriza por la simpatía y distintas estrategias de seducción, por la que busca tener asegurada la atención y aprecio de los otros—. Por ello, el mecanismo de defensa secundario de este estilo de personalidad es la amplificación emocional, o histrionismo, el cual esconde no sólo una demanda de atención sino, en ocasiones, también un intento de manipulación del entorno, con una incapacidad —de corte infantil— para aplazar o posponer la gratificación inmediata de sus deseos.
IV. Introyección, retroflexión...
El Cuatro busca compensar la desconexión respecto del ser con el anhelo —siempre insatisfecho— de un objeto ideal que se cree perdido.
La envidia no consiste tanto en la búsqueda de lo que tienen los demás, cuando en un ardor interior, mezcla de deseo, odio y resentimiento, producto de compararse con los demás —en el plano del ser o del tener— y juzgarse inferior. Cree que ocupa el último lugar o que es "menos" que demás; esto a veces se traduce en el vago sentimiento de no dar la talla, o de carecer de un “algo” que indeterminado e alcanzable. De allí que al ego envidioso padezca una crónica insatisfacción, acompañada por fuerte una exigencia de amor y valoración, muchas veces exagerada. Subyace en este ego un anhelo más o menos inconsciente de algún tipo de salvador que nunca llega. Su principal mecanismo defensivo es la introyección, en virtud de la cual se identifica con la carencia de "algo" —no importa qué sea— que cree haber perdido; con los consiguientes sentimientos de frustración, tristeza y melancolía que les son característicos.
En ocasiones, gracias al mecanismo defensivo secundario de la represión, logra ignorar el sufrimiento emocional de la víctima, y alternar con una compensatoria posición de arrogancia, superioridad y menosprecio respecto de los otros, vistos como "vulgares" u ordinarios. Otros mecanismos secundarios de este ego son la intensificación emocional —mediada por el ejercicio de la imaginación— y la vuelta contra sí mismo, o retroflexión, por la cual descarga parte de su insatisfacción contra sí mismo, a modo de auto-reproches o incluso auto-boicots.
Tríada mental
VI (punto central) / VII (extrovertido) / V (introvertido)
Orientación al “pensar” desde el temor al vacío
VI. Proyección, identificación con el agresor
El Seis busca compensar la desconexión originaria respecto del ser con ilusorias fuentes de seguridad.
La desconexión óntica originaria ha producido en este eneatipo, como en ningún otro, una intensificación de la sensación de fragilidad y desorientación que producen temor, cobardía, duda y ambivalencia. Como sustituto del ser, este ego busca apoyo y orientación en la autoridad externa, en las convenciones, en la pertenencia, en las normas, en las figuras de poder, pero paradójicamente no llega a fiarse nunca de aquello en lo que busca apoyo y referencia, manteniendo una típica actitud de suspicacia y desconfianza que lo lleva a tener conductas rígidas, paranoides e hiper-vigilantes. El mecanismo de defensa principal de este ego es la proyección por medio de la cual atribuye a los otros ser una potencial amenaza —sin reparar en que esto se origina en un sentimiento interior de fragilidad, temor e inseguridad propias—, lo que expresa a través de acusación, duda y suspicacia generalizadas.
Secundariamente, utiliza el mecanismo defensivo de identificación con el agresor, por medio del cual el ego miedoso abandona el lugar de fragilidad para ocupar imaginariamente el lugar simbólico de quien detenta algún tipo de poder y autoridad.
VII. Racionalización, idealización...
El Siete procura compensar la desconexión respecto del ser con el apetito insaciable de experiencias y la tendencia a la planificación.
El predominio de la imaginación en este estilo de personalidad hace que aparente ser un tipo más emocional que mental pero, en realidad, en el ego goloso los afectos están subordinados a imaginación —facultad mental— por medio de la cual busca un constante y variado placer y bienestar. Puesto que este ego, con frecuencia, se identifica con el rol social del animador y motivador amistoso, da la impresión de estar siempre “up”. Y para sostener esta identificación, utiliza como principal mecanismo defensivo la racionalización, mediante la cual siempre encuentra buenas razones para evitar la culpa, huir del dolor, mantener una característica auto-indulgencia —«No es tan grave», «No pasa nada si...»—, y una cierta apariencia de ingenuidad al servicio de su hedonismo.
Un mecanismo secundario es la idealización por medio de la cual sostiene, por un lado, un optimismo compulsivo generalizado y, por otro, una imagen narcisista de sí que lo hace sentirse más allá de las reglas. Otro mecanismo secundario del Siete es la sublimación por la cual re-etiqueta la gula como motivación altruista que lo lleva a estar siempre ocupado en buenos proyectos y buenas ideas, no siempre llevadas a la práctica.
V. Aislamiento, escisión...
Como compensación ante la originaria desconexión respecto del ser, este ego busca restringir intereses y retener con tacañería.
Desde una vivencia de profundo vacío, el avaro se retira del mundo y sus exigencias para lograr conservar y retener lo poco que cree tener. De allí que los demás suelan percibir al Cinco como desamorado y apático, a la vez que se manifiesta hipersensible y exteriormente tranquilo. El mecanismo defensivo que predomina en este estilo de personalidad es el aislamiento, por el cual, aun estando eventualmente rodeado de gente, logra distanciarse mentalmente del entorno —abstracción—, procurando así no ser alcanzado por sus eventuales reclamos y manipulaciones. Para lograrlo, este mecanismo defensivo le permite separar el afecto de las experiencias, pensamientos y recuerdos, pudiendo desconectarse emocionalmente de la experiencia, para abordarla con mayor racionalidad lógica. De esta manera su vida tiende a transcurrir más en su mente que en unión con su cuerpo, adoptando un característico rol de observador no participante —cerebral—, escasamente expresivo de sus emociones.
Un mecanismo secundario del Cinco es el de escisión del yo, en virtud del cual pueden coexistir simultáneamente en su interior sentimientos y valoraciones opuestas respecto de un mismo objeto o sujeto. Otro mecanismo de defensa secundario en el Cinco es la formación reactiva, por medio de la cual rechaza la ira y la indisciplinada gula, asumiendo el superyoico papel de rectitud moral —«niño bueno»—.
Corolario:
Como hemos visto, sintéticamente, el Eneagrama de los Mecanismos de Defensa desde este enfoque ontológico-existencial nos muestra los principales intentos fallidos del ego por suplir el vacío, el oscurecimiento óntico, el sinsentido y el sufrimiento, productos de la originaria desconexión con ser, lo que en las tradiciones espirituales ha sido comúnmente denominado caída adámica u originaria. Pero lo paradójico es que, en tanto automatismos del ego, los mecanismos de defensa no sólo no logran suplir la desconexión con el ser, sino que más bien perpetúan el vacío, el oscurecimiento óntico, el sinsentido y el sufrimiento existencial, convirtiéndose en patrones mentales rígidos que obstaculizan la libertad interior y perjudican las relaciones basadas en la justicia y el amor auténticos.
Un aporte importantísimo del Eneagrama es que «No somos nuestros automatismos», aunque cotidianamente vivamos con ellos. Tomar consciencia de los mecanismos de defensa predominantes propios de cada eneatipo, empezando por el propio, nos ayudará a superar progresivamente los automatismos de nuestra personalidad, a la vez que nos permitirá comprender mejor los resortes subyacentes, ocultos, del comportamiento de aquellos con quieres convivimos y tratamos a diario. Así, trabajando constantemente por una consciencia cada vez más amplia y lúcida, estaremos colaborando activamente al surgimiento de las genuinas cualidades de la Esencia —nuestro Sí-Mismo auténtico—, y cooperando en la construcción de relaciones más sanas de cada quién consigo mismo, con los otros, con el mundo.
Hasta la próxima,
Marcelo Aguirre
[Actualización del artículo publicado en
mi anterior blog el 28/4/2010]