El error, al igual que el dolor, es una experiencia humana que suele ser malinterpretada. Excepto en algunas dolencias crónicas, el dolor es útil; es un indicador de que necesitamos ocuparnos de algo, necesitamos cambiar algo, necesitamos hacer algo por nuestro bienestar. Y por lo tanto, el dolor como indicador no es algo de lo cual debamos librarnos rápidamente y 'sin pensar', sino que es una invitación a observarnos, a reconocer que hay algo en nosotros —o en nuestro entorno— de lo que necesitamos ocuparnos.
Con el error sucede algo similar que con el dolor. El error, en tanto experiencia humana, tampoco es algo que tengamos que eliminar completamente —y, aunque quisiéramos, ¡no podríamos hacerlo!—. Hay muchísimos aprendizajes humanos que no hubiesen sido posibles sin ensayo y error.
«Pretendemos hacer las cosas bien a la primera y que todo salga perfecto, y, a causa de esta actitud, nos olvidamos de que todo en esta vida requiere de un proceso de aprendizaje, cuya base es la estrategia o el modelo de aprendizaje de ensayo y error». ~ Navarro (2018; p. 42)
Como seres humanos, necesitamos cambiar la culpa y la autocensura moralista por el compromiso con nuestro aprendizaje vital. Sabiamente, Mahatma Gandhi solía decir que: No vale la pena tener libertad si no incluye la libertad de cometer errores. Con 'libertad' para cometer errores, debemos aclararlo, no se refería a la irresponsabilidad de quién mira para otro lado, sin hacerse cargo de las consecuencias de sus propias acciones, decisiones, omisiones y procrastinaciones. Con esta máxima, Gandhi está reconociendo y aceptando, con realismo, que todo aprendizaje humano implica necesariamente una cuota de error.
¡De cuánto aprendizaje y de cuánto disfrute nos privaríamos si nos aferráramos a la ilusión de la perfección, a la idea delirante de que la experiencia tiene que ser perfecta para ser valiosa y disfrutable!
«La vida es bella aun con errores. Olvídate de buscar la experiencia perfecta, la puesta de sol perfecta, la pareja perfecta, el trabajo perfecto y la perfección en general; ya que, cuando lo hagas, empezarás a disfrutar de experiencias prácticamente perfectas, bellas e intensas, capaces de hacerte estremecer. Jamás encontrarás a una pareja perfecta, pero sí a alguien con quien puedas ir construyendo una relación sana y equilibrada. Jamás encontrarás el trabajo perfecto, pero sí aquel que, durante un tiempo, te permita crecer, aprender y volver a casa satisfecho. Jamás disfrutarás de las vacaciones perfectas, pero sí de unas vacaciones estimulantes, intensas y reconfortantes. Cuando aceptes que la vida es imperfecta podrás empezar a disfrutar de todas esas imperfecciones». ~ Navarro (2018; p. 43)
Necesitamos darnos permiso para errar. Lo que es absurdo, si lo pensamos por un momento, porque errar es parte constitutiva de todo 'ser finito' y por lo tanto, también es parte constitutiva de lo que somos. Entonces, darnos permiso para errar es como darnos permiso para ser seres humanos, seres finitos, nunca perfectos y siempre perfectibles.
Sí, aunque la cultura nos ha enseñado a juzgar, a culparnos unos a otros, e incluso a criticarnos a nosotros mismos en el interior de nuestras mentes, necesitamos validar conscientemente nuestra libertad individual y colectiva para cometer errores, en el marco del compromiso auténtico con nuestro aprendizaje vital y la construcción progresiva de nuestro bienestar integral. Necesitamos menos inquisidores dispuestos a quemar en la hoguera a los 'desviados', y más budas sabios y compasivos, dispuestos a agradecer que tenemos una consciencia capaz de aprender de cada error, siendo el error una parte vital del proceso de aprendizaje individual y colectivo.
Hasta la próxima,
Marcelo Aguirre
Referencias
Navarro, Tomás (2018). Wabi Sabi. Aprender a aceptar la imperfección. Barcelona: Zenith.
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