La buscamos sin saber qué es
Hace algunos siglos, durante la subida de una montaña en Oriente, un anciano sabio llamado Hitoshi y su joven discípulo, conversaban acerca del sentido de la existencia y la felicidad —lujos que antaño con frecuencia se daban los hombres que aún no habían conocido los grandes distractores de nuestro tiempo—. En algún momento del diálogo, dijo el anciano al discípulo:
Buscamos la felicidad sin saber qué es… La felicidad no es más que un ideal nacido de una suposición, de una deducción ingenua pero cruel. Suponemos que una alegría muy intensa y larga en el tiempo es la felicidad que tanto buscamos, cuando, en realidad, las alegrías, por definición, son finitas. (Navarro, 2018)
No estamos afirmando que la felicidad no exista en absoluto. En tanto vivencia humana es probable que, de vez en cuando, la experimentemos. Sin embargo, si pedimos a diferentes personas que describan esta experiencia y lo que significa para cada uno ‘ser feliz’, veremos que hay diferentes significados de la experiencia de felicidad.
Si echamos un vistazo a la literatura universal, observaremos que no hay consenso acerca de ‘qué significa ser feliz’ (observación que ya Aristóteles había realizado en el s. IV a.C.). Para algunos, la felicidad se asocia directamente factores como el bienestar físico —salud—, seguridad material —dinero y posesiones comprables con dinero—, bienestar emocional —amar y sentirse amado—, valoración y reconocimiento social, el disfrute de los sentidos —hedonismo en general, viajes y placeres varios, ya solo, ya en compañía—, y un largo etcétera.
En el siglo XX, psicólogos humanistas como Abraham Maslow y Victor Frankl, a todo lo anterior, añadirían que para alcanzar la felicidad es necesario el cultivo de los ‘valores’ como la creatividad, el amor altruista y el sentido de trascendencia.
Para las actuales neurociencias la palabra felicidad describe un estado subjetivo transitorio producido en nuestro cerebro por una determinada descarga electro-química, consecuencia de diversos estímulos internos y externos, asociada a un procesamiento cognitivo que atribuye a experiencia un significado positivo. Algunos de los neurotransmisores implicados en la experiencia subjetiva de felicidad son: endorfinas (alegría), dopamina (placer intenso y de corto alcance, usualmente adictivo), y serotonina (sensación general, inespecífica, de bienestar y saciedad).
Ilusión de permanencia y sufrimiento
Queda claro que no hay consenso respecto de qué es en concreto la felicidad. Lo cierto es que, como dice el anciano Hitoshi, todas las experiencias humanas a las que usualmente llamamos ‘felicidad’, o asociamos a ella, son transitorias. No puede ser de otra manera. Y aunque es obvio a partir de la vida misma, nunca será vano recordarlo: ninguna experiencia humana es eterna. Lo placentero y lo displacentero, la alegría y el dolor, fueron, son y serán siempre experiencias transitorias.
La 'impermanencia' como característica de todo lo que existe ya había sido puesta de relieve por antiguos pensadores, como el Buda, cinco siglos antes de nuestra era (Biddulph & Flynnm 2011), entre muchos otros. Y, en nuestro siglo, la impermanencia es confirmada por el principio de entropía, la segunda ley de la termodinámica: en el universo existe una tendencia a la disgregación y al desorden (Arroyo Pérez, 2018). Lo que explica por qué todo fenómeno en el mundo es transitorio y, por ende, también lo son todas nuestras experiencias —incluyendo la felicidad y el sufrimiento—, en tanto una 'experiencia' es un reflejo subjetivo, mental, de determinada configuración de hechos y circunstancias que acaecen en el mundo.
Además de lo impermanente de todo fenómeno, de toda experiencia y de la vida humana misma, y del dolor que pudiera ocasionar dicha transitoriedad, nuestra mente añade a ese dolor un sufrimiento innecesario, que nace de una ilusión —una forma de evitación, de no aceptación— y del apego a dicha ilusión.
En ningún otro lugar o momento, sino en el presente
Frente al hecho de la transitoriedad o impermanencia de todas las cosas, el problema para los seres humanos radica en la ‘ilusión de permanencia’, es decir, en la no aceptación de la naturaleza cambiante y transitoria de la realidad. Y nos apegamos a la falsa y cruel idea de que, en alguna parte del tiempo —pasado o futuro— o del espacio —en cualquier otra parte— existe una felicidad que dura, debería durar, o durará ‘para siempre’. Esta idea es cruel y nociva porque nos impide disfrutar de lo más valioso, lo único que realmente existe: el presente. Por eso, Hitoshi añade:
Alguna mente simple, ingenua y ambiciosa creyó que lo efímero podría ser perdurable y se equivocó. La felicidad, los momentos de alegría, por muy intensos o sutiles que sean, siempre son efímeros… Nosotros nos hemos creído que existía esa suposición llamada ‘felicidad', y, mientras la perseguimos, nos olvidamos de disfrutar de las pequeñas alegrías de la vida. Pretendemos llegar a la cima rápido, y, si llegamos, lo hacemos sin haber disfrutado de las bellas orquídeas silvestres del camino, ni de los animales que nos observan, ni del cálido sol que acaricia nuestro rostro. (Navarro, 2018)
Desacelerar para apreciar y saborear la vida
¿Por qué muchas veces no nos sentimos felices? La respuesta más común —y superficial— apunta a algún factor externo, hecho o circunstancia —dinero, salud física, dificultades laborales, relaciones humanas problemáticas o difíciles—, o tal vez alguna circunstancia interna propia —depresión, ansiedad o algún otro trastorno—.
Desde ese modo de pensar, quizás no advertimos que la felicidad ‘real’, auténtica —no la basada en las ilusiones de perfección idílica y permanencia indeterminada— depende más de la velocidad y la actitud con la que vivimos nuestra vida cotidiana, que de experiencias puntuales en sí.
Cuando vivimos agitados y preocupados, corriendo de un lado a otro en medio de un contexto global como el nuestro, marcado por la complejidad, la incertidumbre, el cambio y la volatilidad (Puig, 2017), es más difícil apreciar y saborear conscientemente la experiencia del presente, sin lo cual no sería posible la felicidad.
Si quieres saborear la vida en todo su esplendor empieza por desacelerar y vivir poco a poco. Anda poco a poco, come poco a poco… disfruta de la vida poco a poco, intensamente, pero poco a poco. Es la única manera que tenemos de contemplar el detalle, de no precipitarnos, de apreciar la grandeza del sabor del café o la magia del agua caliente que cae sobre nuestra cabeza. Normalizamos lo extraordinario, y entonces lo ordinario pierde su valor y su capacidad para maravillarnos. (Navarro, 2018)
Además de saborear el ‘poco a poco’ de la experiencia, otra vía hacia la felicidad es la fruición estética, la contemplación de la belleza. Al igual que la felicidad, la experiencia de la belleza no depende tanto de la realidad externa, cuando de la actitud desde la cual nos conectamos con los fenómenos del mundo, las cosas, las personas, las situaciones. Tal como sugiere la tradición zen, para ver belleza en todas partes debemos aprender a mirar la realidad cotidiana, común, ordinaria, con 'ojos de principiante’.
Disfruta del proceso de exploración de todo aquello que desconozcas… Cuando la belleza aparece, en ese momento justo en que la descubres, te parece que no podrías estar contemplando nada más bello. Disfruta de esa sensación, de encontrar belleza dentro de lo oculto. Recuerda, no tiene sentido buscar grandezas y despreciar pequeñeces. ¿Qué esperas encontrar en algo grande que no puedas encontrar en algo pequeño? No es cuestión de cantidad, sino de calidad, de actitud, de mirada... Paseando por la vida podrás descubrir miles de detalles bellos. (Navarro, 2018)
El pasado ya no existe; amargarnos, lamentar, añorar, no te proporcionará felicidad sino angustia. El futuro aún no existe; anticiparte demasiado tampoco te conducirá a la felicidad, sino que te sumirá en la ansiedad. El presente es lo único que existe y, sea como sea, tranquilo o tormentoso, con o sin dificultades, es la única circunstancia en la que nos es posible experimentar la felicidad —incluso en medio de situaciones desfavorables o dolorosas—.
¡Nunca es tarde para crear nuestra propia felicidad! —Me refiero a la felicidad real, no a la basada en la ilusión de permanencia y el apego sesgado por la idealización—. ¿Cómo hacerlo? La clave para crear experiencias de felicidad, como nos lo enseña la práctica del Mindfulness, radica en salir deliberadamente del automatismo, la rutina, la monotonía, escapar de las trampas de nuestra mente, para lo cual necesitamos ejercitar la 'atención plena', despertar nuestro observador interno y cultivar actitudes saludables como la aceptación de lo que no podemos cambiar, el aprecio de ‘lo que hay’, la disposición a saborear la experiencia, y el agradecimiento, entre otras.
Recuerda que sólo tenemos un día a la vez. Cada día es un nuevo 'hoy'.
Hasta la próxima,
Marcelo Aguirre
Referencias
Arroyo Pérez, Eduardo (2018). Boltzmann. La termodinámica y la entropía
Biddulph, Desmond & Flynn, Darcy (2011). Enseñanzas del Buda
Navarro, Tomás (2018). Wabi Sabi: Aprender a aceptar la imperfección
Puig, Mario Alonso (2017). ¡Tómate un respiro! Mindfulness: El arte de mantener la calma en medio de la tempestad
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