A medida que transcurren los años nos vamos dando cuenta de que aprender a vivir es tanto aprender a disfrutar como aprender a sanar nuestras heridas emocionales, y que no podemos hacer plenamente lo primero si no nos ocupamos profundamente de lo segundo. Y si vamos a hablar de heridas emocionales, no podemos menos que referirnos a un clásico en el tema: "Heal Your Wounds and Find Your True Self” (2001), de Lise Bourbeau. La autora presenta allí su visión de las cinco grandes heridas emocionales que moldean la experiencia humana: rechazo, abandono, humillación, traición e injusticia.
Estas heridas, en la mayoría de los casos, hunden sus raíces en nuestra infancia pero, lejos de quedar relegadas en el pasado, continúan manifestándose en la vida adulta (Siegel, 2012). Lo que es un signo de que el niño herido que llevamos dentro busca de mil maneras ser escuchado y sanado en el presente. Y mientras no atendamos adecuadamente a nuestras heridas, seguirán influyendo en nuestro bienestar emocional y en la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos y los demás. Pretender ignorarlas, fingir que nuestras heridas no existen, no aceptarlas no es una opción, porque son parte de nuestra experiencia vital, y...
«Todo lo que experimentamos sin aceptación se acumula en el alma» (Bourbeau, 2001, p. 7).
El proceso de sanación de nuestras heridas es un camino que comienza por despojarnos de las máscaras protectoras que usamos, esto es, despojarnos de las compensaciones, la culpa, la vergüenza..., y permitir que nuestro verdadero ser emerja.
Las máscaras que usamos para ocultar nuestras heridas
Bourbeau introduce el concepto de máscaras, los 'personajes' protectores que desarrollamos como partes de nuestra personalidad para evitar el dolor en sus múltiples formas, y para ocultar nuestras heridas emocionales de nosotros mismos y de los demás. Estas máscaras son tanto estilos de comportamiento individual como patrones vinculares, que van moldeando el modo en que cada persona interactúa con el mundo.
Cada máscara oculta una de las cinco heridas emocionales:
Rechazo — esta herida se oculta debajo de la máscara del evasivo, a menudo alguien introvertido que busca la soledad y se siente insignificante.
Abandono — se halla bajo la máscara del dependiente, que se manifiesta por medio de la dependencia excesiva y una necesidad insaciable de atención y apoyo.
Humillación — está cubierta por la máscara del masoquista, individuos que tienden a auto-castigarse y asumir cargas innecesarias.
Traición — se oculta tras la máscara del controlador, marcada por la necesidad de control, problemas de confianza y miedo persistente a ser traicionado.
Injusticia — la hallamos debajo de la máscara del rígido, asociada con el perfeccionismo, altos estándares y dificultad para relajarse.
Y no debemos perder de vista que...
«La dureza de la máscara depende de la profundidad de la herida. Es decir, una máscara representa a una persona con un tipo de carácter específico, porque las numerosas creencias que influyen en la actitud y el comportamiento de esa persona, se desarrollan a partir de su máscara. De allí que cuanto más profunda sea la herida, más sufriremos y más usaremos nuestra máscara» (Bourbeau, 2001, p. 9).
Estas máscaras, aunque diseñadas por nuestra mente en un nivel subconsciente para protegerse frente a distintas experiencias dolorosas, al mismo tiempo que ocultan las heridas emocionales de donde surgieron, se convierten en estrategias basadas en el miedo que nos limitan, pues no nos permiten experimentar la vida en toda su plenitud.
Y así, por miedo al rechazo, evadimos la intimidad; por miedo al abandono, asfixiamos al otro volviéndonos dependientes; por miedo a la humillación externa, nos humillamos a nosotros mismos con autocríticas severas; por miedo a ser traicionados, nos volvemos controladores al punto de dañar aquello que tanto queremos conservar; y por miedo a sufrir injusticia, nos adherimos tanto a las reglas y nos volvemos tan mentalmente rígidos que llegamos a olvidar que somos de carne y hueso, y que los otros también lo son.
Bourbeau resalta que la verdadera sanación implica reconectar con —y dejarnos guiar por— el aspecto sano y sabio, el aspecto más elevado de nuestra mente, al que algunas tradiciones han llamado la 'divinidad interior' o nuestro 'ser superior'.
Si miramos adentro con actitud de curiosidad y apertura, sin juicios, podremos iniciar el proceso de reconocer las máscaras por lo que son: mecanismos defensivos frente al sufrimiento. A medida que las vamos disolviendo a través de la autoconciencia, la aceptación y el perdón, nuestro verdadero ser puede emerger. O, para decirlo en términos del Zen, aceptar nuestras heridas, mirarlas a la cara y abrazarlas con compasión, nos abre el camino hacia el 'florecer', al modo como la exquisita flor de loto florece, no rechazando las oscuras aguas del estanque, sino gracias a ellas y a partir de ellas, transformándolas en sus propios nutrientes (Thich Nhat Hanh, 2014).
Las raíces infantiles de las heridas emocionales
Según Bourbeau, las cinco heridas emocionales se originan en la infancia temprana, a menudo en respuesta a nuestras interacciones con nuestros padres o cuidadores primarios, es decir, en el denominado vínculo de apego. La dinámica cuidador primario/niño juega un papel crucial en la formación de heridas.
Nótese que, aunque tanto el padre como la madre podrían eventualmente producir en el niño cualquieras de las heridas —o todas ellas—, según la perspectiva de la autora, el progenitor del mismo sexo tendería a influir más frecuentemente en las heridas de rechazo e injusticia, mientras que el progenitor del sexo opuesto tendería más a desencadenar heridas de abandono y traición. Y respecto a la herida de humillación, Bourbeau sostiene que suele ser producida principalmente por el cuidador que se ocupa directamente de las necesidades físicas del niño (normalmente la madre, pero podría ser el padre en ausencia de ésta).
En cualquier caso, está claro que a partir de las primeras experiencias infantiles —atendiendo principalmente la calidad del vínculo de apego del niño con sus cuidadores primarios— se irán formando en la mente del pequeño patrones emocionales y relacionales que influirán luego en su adultez, en cuanto a cómo el individuo se ve a sí mismo, cómo se acerca a los otros y cómo responde a los desafíos que se vayan presentando en sus vínculos interpersonales (Mikulincer & Shaver, 2010). Al comprender esto, obtenemos una visión profunda de los patrones de pensamiento e interacción que a menudo repetimos en nuestros vínculos más significativos.
El camino hacia la sanación de las heridas
Sanar, según explica Bourbeau, no se trata de eliminar las heridas, sino de aprender a vivir con ellas de manera empoderada y amorosa. Para sanar, como dijimos, primero debemos tomar conciencia de nuestras heridas. Esto requiere dedicar tiempo a observanos. En ocasiones, las heridas son tan profundas y causan tanto malestar que hacer todo el proceso de sanación por nosotros mismos puede ser demasiado abrumador, por lo que puede ser útil buscar ayuda profesional e iniciar un proceso de sanación con el acompañamiento de un psicoterapeuta idóneo.
En cualquier caso, no podremos sanar sin una sincera aceptación de nuestros patrones emocionales, creencias y hábitos. Por ejemplo, alguien que porta la máscara de 'evasivo' puede reconocer su tendencia a aislarse debido a que siente temor al rechazo; mientras que otro que porta la máscara de 'controlador' puede reconocer la tensión constante en su cuerpo, la rumiación en su mente y el estrés causado por la necesidad excesiva de control.
A través de la autoconciencia, podemos comenzar a desmantelar las máscaras, es decir, a flexibilizar nuestros patrones mentales. Sin embargo, este proceso de crecimiento y transformación no consiste en luchar contra nuestras heridas o fingir que no existen; más bien, se trata de comprender su origen y aceptarlas con compasión. Aquí, la aceptación no significa conformismo, sino la disposición a abrazar todas las partes de nosotros mismos, incluidas las heridas.
Otros elementos centrales en el proceso de sanación que propone Bourbeau son la práctica del amor a sí mismo, el perdón, y la auto-compasión. Para poder avanzar, necesitamos soltar el rencor y el resentimiento. Y aunque no podemos forzarnos a perdonar a otros que nos han herido si realmente no nace de nuestro interior hacerlo, podemos comenzar, sin embargo, por perdonarnos a nosotros mismos por herir a otros —frecuentemente del mismo modo en que fuimos heridos—, por nuestros errores y luchas mal orientadas. El auto-perdón rompe el ciclo del sufrimiento basado en el auto-reproche, la culpa, la repetición de patrones, y nos permite avanzar hacia una forma de ser más sabia, compasiva, equilibrada y auténtica.
A través de la auto-compasión, comenzamos a ver más allá de las máscaras y descubrimos quiénes somos realmente y el potencial que subyace debajo de ellas, un proceso que nos conduce a la liberación de las limitaciones impuestas por las heridas de la infancia.
Técnicas terapéuticas para sanar las heridas emocionales
En línea con las enseñanzas de Bourbeau, aquí les dejo algunos ejercicios sugeridos para quienes buscan sanar sus heridas:
Diario de reflexión: Comienza identificando los comportamientos o síntomas físicos que podrían estar vinculados a una de las cinco heridas. ¿Cómo afecta esto a tus relaciones o imagen personal? ¿Qué máscara podrías estar usando?
Práctica de atención plena (Mindfulness): Dedica tiempo cada día a practicar la atención plena. Comienza llevando la atención a tu respiración, sin pretender modificar su ritmo natural, sólo observa cómo entra y sale el aire de tus pulmones. A continuación observa cómo se siente tu cuerpo, qué pensamientos y emociones se hacen presentes, sin juzgarlos. Observa tu atención a los distintos momentos del día; particularmente observa los momentos en que te sientes 'fuera de eje', ansioso o a la defensiva, y explora amablemente qué herida del pasado podría haberse activado a partir de algún disparador del presente. Escribe en tu diario de reflexión lo hayas observado después de una sesión de atención plena; eso puede ayudarte a descubrir patrones.
Carta de (auto)perdón: Escribe una carta de perdón a ti mismo o a alguien que haya jugado un papel importante en la creación de tu/s herida/s. Una vez finalizada, puedes quemarla como símbolo de dejar el pasado en el pasado y transformar el sufrimiento en auto-conciencia y compasión. El acto de escribir esta carta puede ser increíblemente sanador.
Auto-abrazo compasivo: Cierra los ojos y abrázate a ti mismo por un momento, con la intención de darte todo el amor y la contención que tu niño/a interior necesita y merece. Puedes repetirte esta frase a ti mismo/a: «Soy suficiente. Me acepto y me amo tal y como soy». Y haz el propósito de nunca más volver a dejar a tu niño interior abandonado o ignorado; que desde ahora y para siempre en adelante, tu conciencia abrazará a tu niño interior cuando lo necesite.
Finalmente, podríamos decir que la esencia del mensaje de Bourbeau es que la sanación viene a través de la conciencia compasiva y la aceptación radical. Al reconocer nuestras heridas, por el contrario, comenzamos el proceso de reconectar con nuestro verdadero ser; ya no huimos del dolor, ya no nos ocultamos detrás de las máscaras que hemos usado durante tanto tiempo. Recuerden que el viaje de la sanación es gradual, pero con cada paso, nos acercamos a vivir una vida que no solo es cada vez más auténtica, sino también profundamente satisfactoria.
Hasta la próxima,
Lic. Marcelo Aguirre
Referencias
Bourbeau, L. (2001). Heal Your Wounds and Find Your True Self. E.T.C. Inc.
Mikulincer, M., & Shaver, P. R. (2010). Attachment in Adulthood: Structure, Dynamics, and Change. Guilford.
Siegel, D. J. (2012). The Developing Mind: How Relationships and the Brain Interact to Shape Who We Are. Guilford Press.
Thich Nhat Han (2014). No Mud, No Lotus. Parallax Press.
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