Durante los últimos milenios hasta el siglo XIX, los mensajes y cartas eran transportados a pie, a lomo de burro, en carretas tiradas por caballos, o usando aves mensajeras. Según el medio de transporte y la distancia a la que se encontraba el destinatario, el mensaje podía tardar horas, días, semanas o meses en llegar. Antes de la electricidad, el internet y la tecnología moderna, el mundo antiguo y medieval parecían funcionar mucho más lento en comparación con nuestro tiempo.
Nuestro mundo actual, influido por las telecomunicaciones instantáneas, los viajes por medio de transportes cada vez más veloces —como el avión y el tren bala— ha adoptado un estilo de vida que parece ir cada vez más y más rápido. Es así como vivimos en un mundo en el que las personas corren todo el tiempo, de aquí para allá, generando hábitos poco saludables. Y los hábitos son realmente importantes, en tanto determinan nuestro estilo y calidad de vida.
Parafraseando a William James, uno de los pioneros de la psicología moderna, podríamos afirmar que somos criaturas de hábitos. Nos acostumbramos a diferentes estilos de vida, diferentes ritmos y modos de funcionamiento cotidiano, al punto que la fuerza de la costumbre y los hábitos dan origen, en nuestro cerebro, a engramas, interconexiones neuronales relativamente estables, surgidas de la repetición de acciones, que vuelven nuestra conducta cada vez más rápida y automática.
Algunos automatismos son funcionales, es decir, nos permiten ahorrar tiempo y energía en la ejecución de acciones que repetimos a diario y que, por ello, han pasado a formar parte del modo de funcionamiento que llamamos ‘piloto automático’, tales como cepillarnos los dientes, higienizarnos, preparar el desayuno, etc. Pero cuando sumamos más y más acciones al piloto automático, podemos llegar a perder la noción de qué estamos haciendo y para qué lo estamos haciendo.
«En los grupos de meditación Zen hay una conocida historia de un hombre y su caballo. El caballo galopa rápidamente; parece que el hombre que lo monta está yendo hacia algún lado importante. Otro hombre, desde fuera del camino, le grita al pasar, “¿A dónde vas con tanta prisa?”. Y el primero le responde, “¡No lo sé; pregúntale a mi caballo!”». (Thich Nhat Hanh, 1998; p. 24)
Tal es la fuerza de la inercia que resulta de vivir en piloto automático. Si siempre estamos corriendo, llenos de estrés y ansiedad, podremos llegar al punto de olvidarnos de nosotros mismos y de la motivación auténtica por la que hacemos lo que hacemos.
Me gustaría preguntar: El caballo sobre el que galopamos a toda prisa, ¿qué nombre tiene? Cada uno, mirando a su propio interior, puede nombrarlo y describirlo. ¿Acaso su nombre es ansiedad? ¿Autoexigencia? ¿Obligaciones? ¿Necesidad de tenerlo todo bajo control? ¿Compensación de la procrastinación? (es decir, andar a toda prisa después de haber dejado un asunto para último momento), etc.
«Estamos montados a caballo. No sabemos a dónde vamos, pero sentimos que no podemos parar. El caballo es la energía del hábito que nos impulsa, mientras nos dejamos llevar por él pasivamente. Siempre estamos corriendo, y esto se ha convertido en un hábito. Estamos siempre dando un batalla, a veces incluso mientras dormimos. Llegamos a estar en un enfrentamiento contra nosotros mismos, y fácilmente podemos iniciar un enfrentamiento con los otros». (Thich Nhat Hanh, 1998; p. 24)
Es necesario, de vez en cuando, bajar del caballo de la aceleración psicomotriz y del automatismo de nuestros hábitos para poder volver a conectar con nuestro auténtico sí-mismo, fuente de sabiduría y serenidad. La práctica de la meditación o Mindfulness nos ayuda a volver a nuestro centro, ese punto de sabio equilibrio entre el exceso y el defecto.
La práctica del Mindfulness tiene dos aspectos principales: ‘calmar el cuerpo y la mente’ (samatha) y ‘mirar profundamente’ (vipassana). Muchas personas que comienzan a practicar la meditación lo hacen acentuando el aspecto de mirar profundamente; meditan para poder pensar con claridad antes de tomar decisiones importantes. Sin embargo, no demos olvidar que parar, salir conscientemente de la inercia del hábito —el piloto automático— es un paso previo a poder mirar con profundidad, antes de discernir y decidir.
«Si no paramos, no podremos mirar profundamente. (…) Tenemos que aprender el arte de descansar, permitir que nuestros cuerpo y mente descansen. Si tenemos alguna herida en el cuerpo o la mente, necesitamos descansar para que esas heridas se curen solas. Calmarnos nos permite descansar, y descansar es una precondición de la sanación. Cuando los animales son heridos en el bosque, buscan un lugar para recostarse, y descansan completamente por varios días. (…) La meditación no tiene por qué ser una tarea ardua. Simplemente permite a tu cuerpo y mente reposar como un animal en el bosque». (Thich Nhat Hanh, 1998; pp. 24, 26-27).
Ejercicio para inducir calma y relajación (samatha)
Si sientes que necesitas sanar emocionalmente o al menos recuperar fuerzas después de una fase de estrés, te invito a realizar el siguiente ejercicio de Mindfulness llamado ‘escaneo corporal’, especialmente indicado para disminuir tensiones corporales, y también recomendado para facilitar la conciliación del sueño nocturno.
Busca un lugar cómodo dónde recostarte, boca arriba, con los brazos y piernas al costado del cuerpo; y disponte a permitir a tu cuerpo y mente descansar por un momento.
Inhala hondo y exhala lento, tres o cuatro veces; luego sigue respirando a tu ritmo normal.
Imagina que tu atención es como la luz de una linterna que va enfocando las partes de tu cuerpo, registrando, escaneando las sensaciones de cada parte de tu cuerpo. Sólo observa, sin juzgar qué sensaciones hay en: tus pies, piernas, cadera, panza, manos, brazos, hombros, cuello, cabeza, y rostro.
Permanece un momento más observando cómo cada parte de tu cuerpo se relaja, mientras observas, sin juzgar; y mientras cada inhalación y exhalación te aportan una sensación de serenidad y bienestar.
Guarda este ejercicio en tu memoria (o realiza una captura de pantalla en tu dispositivo electrónico) de modo que puedas repetirlo cuando sientas que lo necesitas, durante la semana.
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Recuerda, finalmente, que la calidad de nuestra vida depende, en gran medida, de los hábitos —más o menos saludables— que construimos. Está en nuestras manos convertirnos en creadores de nuestro propio bienestar. Y, cuanto más bienestar experimentemos, más saludable será la influencia que tengamos en los que nos rodean.
Hasta la próxima.
Marcelo Aguirre
Referencias
Thich Nhat Hanh (1998). The Heart of the Buddha's Teaching