Decía el gran filósofo y matemático alemán del siglo XVIII, Gottfried Wilhelm Leibniz:
Siendo que todo estado presente es naturalmente una consecuencia del estado precedente, el presente está preñado de porvenir. (Monadología, #22)
Y es así. ¡El presente está preñado de porvenir! Nuestro presente encierra potencialmente un sinnúmero de posibilidades. Sin embargo, hay una voz pesimista en nuestra mente —seguramente la identifican y, si no, los invito a prestarle atención—, una voz que se activa automáticamente y se alza contra todo intento deliberado de optimismo y esperanza; no pocas veces nos susurra —oscurecida como está por experiencias negativas que surgen del pasado— diciéndonos: '¡No! Ya sabes que no va a suceder lo que tanto quieres y deseas, no tiene caso, mejor olvídalo...'
Ahí está. Va con nosotros adonde quiera que vayamos. Es la voz del ego. Esa voz multiforme —a veces orgullosa, a veces hipercrítica y exigente, otras veces pesimista, en cualquier caso automática— no para de emitir juicios sesgados por experiencias negativas del pasado y expectativas del presente. Aún cuando, en última instancia, su función sea intentar protegernos de cometer viejos errores, esa misma voz, seria y cínica, cuanto más rígida —menos flexible— más nos quita la oportunidad de sacar provecho de las posibilidades que el presente nos nos ofrece, como semillas que podrían dar fruto en el futuro cercano o remoto.
Exceso, adicción y catarsis
No podemos eliminar todas las voces que se activan automáticamente en nuestra mente —como el pesimismo, el cinismo, la desconfianza, la anticipación catastrófica, entre muchas otras— eliminarlas, incluso, podría ser muy nocivo. Todas esas voces cumplen una función, generalmente positiva: prevenirnos contra peligros o posibles daños. Sin embargo, el exceso de esas voces —siempre o casi siempre el problema está en el exceso, la desmesura, la hybris decían los antiguos griegos— nos limita. Por eso es necesario 'soltar' aquellos excesos de voces negativas para poder avanzar.
La experiencia demuestra que los seres humanos estamos fuertemente inclinados a apegarnos a desmesuras que nos perjudican. Por eso, no digo que sea sencillo 'soltar' lo nocivo en nuestras vidas, especialmente cuando nos hemos acostumbrado a eso nocivo —acciones, personas o cosas—, pero es necesario soltar aquellos patrones repetitivos que nos perjudican para poder avanzar en todos los planos de nuestro desarrollo personal.
Una costumbre nociva puede convertirse en una adicción, cuando a pesar de las consecuencias negativas que conlleva, nos aporta también algún tipo de beneficio secundario. Si lo llevamos al plano de las relaciones afectivas: por ejemplo, una pareja que ha ido recortando cada vez más el intercambio sincero y la comunicación, «como una de esas amistades inglesas, que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo» (Borges, 1941); y, en consecuencia, han ido cargando silencios tensos, cargados de enojo y resentimiento; y que sólo dan muestras de no querer perderse uno al otro después de haberse gritado, agredido, lastimado mutuamente. Este círculo vicioso de desconexión–agresión–reconciliación, por la fuerza de la costumbre y por el semidulce beneficio de la reconciliación (que nunca borra totalmente el dolor de las ofensas), fácilmente puede convertirse en una adicción.
Y aunque las hay de diferentes tipos, todas las adicciones tienen en común, al menos, las siguientes tres características:
Son excesos irracionales: aunque justificados por racionalizaciones paradójicas, como 'Nos agredimos porque nos amamos', 'Te celo porque te amo', '¿Acaso preferirías que te ignore?', etc.
Son perjudiciales a mediano y largo plazo: aunque se nos presentan como algo atractivas en el corto plazo. Ejemplo: Omitir información sensible para la pareja puede resultar saludable en el corto plazo, 'Ya sabes, no te dije nada al respecto para que no te enojes, no quería que discutiéramos otra vez'. Sin embargo, la confianza de uno en el otro —el corazón de cualquier relación— va disminuyendo con las faltas de consistencia, por lo que una maniobra como esta para evitar una pequeña discusión, si se convierte en un habito, podría tornarse una bola de nieve con consecuencias muy nocivas para la relación.
Se hallan vinculadas a un autoengaño: el apego a cualquier hábito perjudicial tiene como trasfondo diferentes ilusiones a las cuales no cuestionamos, con las cuales nos engañamos a nosotros mismos; para mencionar algunas, la ilusión de inocuidad: 'no es tan grave'; la de control: 'yo puedo manejarlo'; la de indulgencia: 'tengo derecho a hacerlo', etc.
A partir de lo anterior, queda claro que es necesario hacer un esfuerzo consciente por identificar, primero, e ir desapegándonos, luego, de los hábitos nocivos que malogran la calidad de nuestras relaciones, a los cuales nuestra mente puede volverse fácilmente adicta.
En los organismos vivos observamos una tendencia a la autorregulación, en múltiples planos. En el plano físico, el más elemental, si un animal, por ejemplo, ingiere una excesiva cantidad de comida, su organismo tenderá a purgarse del exceso, expulsándolo del cuerpo. Llevando esto al plano relacional humano, podemos decir que siempre que hay excesos es necesaria una catarsis, una purga, para recuperar el equilibrio y poder avanzar.
El término griego katharsis significa básicamente 'soltar o expulsar lo nocivo'. Sin embargo, algunos estudiosos han llegado a identificar al menos siete significados del término katharsis, tal como aparece en distintos escritos antiguos:
Katharsis significa: 1) limpiar la tierra; 2) aventar el grano; 3) lavar los alimentos; 4) podar los árboles; 5) aclarar una explicación; 6) curar por la medicación; 7) purificar con el fuego. (David Miller, en 'Mitos, sueños y religión', 2006. Ed. Joseph Campbell)
Tomando estos significados de catarsis como metáforas de distintos modos de 'soltar lo nocivo' en nuestras vidas, veamos a continuación siete aspectos a atender, particularmente en el ámbito de las relaciones interpersonales.
(1) 'Limpiar la tierra'
Así como en todo jardín crecen 'malas hierbas', en las diferentes relaciones humanas surgen hábitos nocivos, acciones y actitudes desafortunadas a las cuales nos vamos acostumbrando. Por ejemplo: dirigirse al otro de un modo brusco, desconfiar de su palabra, mofarse, criticar en exceso, menospreciar o no valorar lo suficiente la presencia y las acciones positivas del otro, no expresar con claridad lo que sentimos y pensamos, el resentimiento o rencor, los celos, y un largo etcétera.
Tenemos que aceptarlo, en todo jardín, en cualquier relación humana, vamos a encontrar una que otra de estas malas hierbas. Si buscamos una relación absolutamente perfecta —lo que equivaldría a esperar que en un jardín nunca, nunca, nunca creciera una mala hierba— nos llevaría poco a poco a la amargura y al aislamiento.
Por otra parte, tampoco sería saludable abandonar nuestro jardín, es decir, dejar de mejorar la calidad de nuestras relaciones, puesto que como seres humanos 'somos seres en relación'. Es necesario, de vez en cuando, tomarnos un tiempo para hablar con sinceridad, para hacer peticiones claras y ofrecimientos comprometidos, para llegar a acuerdos saludables, para identificar los hábitos nocivos en los que hemos caído y, conscientemente, esforzarnos por cultivar otros hábitos alternativos, más saludables. Siempre podemos mejorar la calidad de nuestras relaciones interpersonales. Para ello no basta con desearlo, debemos traducir ese deseo en acciones concretas orientadas a tal fin.
(2) 'Aventar el grano'
Hay relaciones humanas demasiado cerradas, quiero decir, cerradas en costumbres que empobrecen la relación pero aún así son mantenidas, 'porque siempre se hizo así'. La fuerza de la costumbre, decía Platón en su Alegoría de la caverna, es como una cadena que nos mantiene prisioneros en la caverna de la ignorancia; ¿por qué ignorancia?, porque la costumbre nos impide conocer y probar algo nuevo, diferente. Así como el grano almacenado en el fondo de un silo se humedece y se pudre, así la fuerza de la costumbre, de hacer siempre lo mismo, la rutina y ciertos hábitos, puede menoscabar la vitalidad y frescura de una relación. En ocasiones se hace evidente la necesidad de soltar la rutina, probar algo nuevo, propiciar un cambio —aventar el grano— para que una relación no se pudra por estancamiento, como el grano en el fondo del silo.
(3) 'Lavar los alimentos'
Antes de consumir cualquier alimento, es necesario lavarlos. Hoy nos parece algo obvio, por razones obvias, pero no fue así siempre. Recién a partir del siglo XVII —gracias al holandés Anton van Leeuwenhoek— somos conscientes de la existencia de microorganismos, invisibles a simple vista, y presentes en todas partes, dentro y fuera del cuerpo humano.
En el ámbito de las relaciones interpersonales, ¿qué es lo más básico? En mi opinión, el reconocimiento del otro como un semejante, como un ser humano, portador de la misma dignidad y derechos que los míos. Si el otro es como yo, nos une una igualdad básica por naturaleza; la naturaleza humana, o en términos más actuales, el ADN humano, es el mismo para todos los individuos de la especie, más allá de las diferencias accidentales individuales. Del reconocimiento del otro como un semejante, se derivan el respeto y la empatía, porque como dice Unamuno (1912) haciéndose eco de un escritor del siglo II, «Soy humano, nada de lo humano me es ajeno».
(4) 'Podar los árboles'
Los árboles son seres nobles y silenciosos, sin los cuales no respiraríamos oxígeno en este planeta. Sin embargo, desde un punto de vista muy diferente, cuando la copa de un árbol crece en exceso podría taparnos una parte importante del campo visual, lo que podría tener algunas consecuencias perjudiciales, según dónde esté ubicado el árbol. En ese caso, puede ser necesario recurrir a la poda.
Algo similar pasa con el orgullo. Una dosis de orgullo es saludable. Hay un orgullo 'sano' que es expresión de una buena autoestima. Estar orgulloso de haber conseguido un objetivo a partir de esfuerzo y constancia, por ejemplo, ¿por qué no ha de ser algo bueno? Sin embargo, un exceso de orgullo, cuando el árbol del orgullo crece tanto que nos impide ver el panorama completo, cuando empezamos a ver a los otros 'por encima del hombro', como si los otros fuesen inferiores en dignidad e importancia en comparación con otras de nuestras prioridades, o cuando el sentido de importancia personal nos impide reconocer errores y pedir disculpas por nuestras equivocaciones, entonces, la poda de la copa del árbol, un llamado a la humildad, el reconocimiento de que tenemos límites, se convierte en algo tan necesario para una relación como lo es el oxígeno para nuestros pulmones.
(5) 'Aclarar una explicación'
Algo que horada profundamente la confianza en el otro es recibir de su parte excusas en lugar de una confesión sincera. Es cierto que un mismo hecho puede ser visto y valorado de distinta manera —lo que para mi es grave, para otro puede no serlo—, no debemos olvidar eso, pero también es cierto que no podemos evadir sistemáticamente la responsabilidad apelando a excusas.
El psiquiatra canadiense Eric Berne, fundador del Análisis Transaccional, sostiene que uno de los juegos (inconscientes) más empleados en las relaciones humanas —y especialmente en las relaciones de ayuda o terapéuticas— es el llamado 'La pierna de palo', que consiste en alegar algún tipo de discapacidad o disfunción a fin de evitar recibir exigencia por parte del otro, '¿Qué esperarías de mi, que tengo esta pierna de palo?', evadir responsabilidad y conservar una posición de víctima (Berne, 1964).
En suma, en ningún tipo de relación humana las excusas conducen a buen puerto, si no tomamos consciencia de nuestro 'juego' y nos hacemos responsables por nuestras acciones, actitudes, desiciones y omisiones, las excusas se vuelven fácilmente nuestra zona de confort, lo que nos conduce a más estancamiento e insatisfacción.
(6) 'Curar por la medicación'
En toda relación humana existen heridas, sin embargo, algunas relaciones sanan —si lo hacen— más pronto que otras. Por supuesto, después de una ofensa o herida no basta con palabras de disculpas, aunque en sí mismas sean ya un gesto valioso. También son necesarias acciones positivas orientadas a la reparación de la ofensa o herida, de parte de quién tuvo responsabilidad en la acción ofensiva; a la vez que, por parte del damnificado, se requiere aceptación de los intentos de reparación del otro, y validación del mensaje y de los sentimientos comunicados por quién intenta reparar (Labrador Encinas, 2015). Sin estos dos componentes, ofrecer y aceptar, la reparación no es posible.
(7) 'Purificar con el fuego'
Son muchos los escritos, de muy distintas procedencias, que mencionan el fuego como un modo de 'purificar' heridas. Desde antiguo, y hasta el advenimiento de las nueva técnicas de sutura (primera mitad del siglo XX), el método de más utilizado para curar heridas era la cauterización con fuego por medio de un hierro candente —además de otros métodos como el aceite hirviendo y los emplastes vegetales— (Alcalá Sánz, 2012).
La metáfora del amor que 'arde como fuego' ha sido muy utilizada también en la literatura universal, tanto en Occidente como en Oriente. Y como todo símbolo, el fuego puede puede tener múltiples significados, particularmente cuando lo aplicamos a las relaciones afectivas.
En ocasiones el fuego del amor se manifiesta como una 'fuerza' de unión ligada a otras emociones, como el odio y el miedo, especialmente en aquellas personas que padecen cierto grado de dependencia afectiva, y mantienen una relación contra todo buen juicio, aunque no sea suficientemente satisfactoria ni saludable para ambos.
El famoso dicho popular: «Donde hubo fuego, cenizas quedan», parece regir la vida de muchos adictos afectivos. Aunque en estos casos quedaría mejor decir: «Donde hubo fuego, quemaduras quedan», y a veces de tercer y cuarto grado. Movidos por el afán, no siempre consciente, de verificar la vigencia del lazo afectivo, las personas apegadas comienzan a recabar datos confirmatorios, desconociendo que, en ciertas ocasiones, tal como decía Chejov, la durabilidad de la unión entre dos seres no necesariamente indica amor o felicidad, pues puede estar fundamentada en cualquier otro sentimiento como interés, miedo, pesar o, incluso, odio. (Riso, 2008)
En un sentido más positivo, la metáfora del 'fuego del amor', del amor auténtico, empático y a la vez respetuoso del otro, puede aplicarse a una relación en la que cada uno expresa libremente lo que siente por el otro.
De hecho, hay más distancia entre el amor y el miedo que entre el amor y el odio. Aunque pensadores antiguos como Empédocles (s. V a.C.) vieron en el amor una fuerza universal de unión, y en el odio una fuerza de separación, desde cierta perspectiva podemos ver al amor y al odio como fuerzas vinculantes. En el amor, la interacción se produce con fines cálidos y placenteros; en el odio —cuando se produce— la interacción se da bajo la modalidad de ataque y agresión.
En el miedo, en cambio, la dinámica puede ser muy diversa. A veces el miedo inspira ataque, a veces huída, a veces repliegue o congelamiento (Pérez González, 2017). En estos dos últimos casos, el miedo se halla en el polo más opuesto al del amor. Tanto cuando hay miedo de amar —o miedo consecuencias anticipadas de amar—, como cuando hay miedo a 'expresar' amor —por temor a mostrarse, de ese modo, 'vulnerable'—, en ambos casos, el amor tiende a apagarse.
Finalmente, después de estas reflexiones, cabe preguntarnos, ¿qué hábitos nocivos necesito soltar para mejorar la calidad de mis relaciones? ¿Qué hábitos más saludables necesito forjar? El siguiente paso será planificar los medios para llegar a tal fin, con realismo, pero también con la esperanza en que el presente 'está preñado de futuro'.
Hasta la próxima,
Marcelo Aguirre
Referencias
Alcalá Sánz, Javier (2012). Breve historia de la cirugía
Berne, Eric (1964). Juegos en que participamos
Borges, Jorge Luis (1944). Ficciones
Campbel, Joseph (Ed.) (2006). Mitos, sueños y religión
Labrador Encinas, Francisco J. (2015). Intervención psicológica en terapia de parejas
Leibniz, Gottfried Wilhelm (1714). Monadología
Pérez González, Rosalía (2017). Abraza tus emociones
Platón (s. V a.C.). Alegoría de la caverna
Riso, Walter (2008). Amar o depender
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