I. EL ARQUETIPO DE LA VÍCTIMA
Imprecisiones y paradojas
La mente humana tiene una complejidad inconmensurable, a lo cual debemos añadir que nuestras intenciones en ocasiones son contradictorias con nuestros principios, y nuestro razonamiento —en el que fundamos tales principios— muchas veces se halla viciado por opiniones y creencias que solemos generalizar a partir de experiencias particulares. Y lo que en ocasiones nos parece evidente muchas veces no es más que una visión errónea o inexacta —imprecisa— de la realidad, producto de nuestra asombrosa capacidad para realizar 'inferencias arbitrarias', es decir, para sacar conclusiones basadas en premisas insuficientes, basadas más en nuestros prejuicios acerca de lo que ocurre —tomados simplemente como hechos indiscutibles— que sobre una observación imparcial de los acontecimientos.
Además, nos encontramos a diario con paradojas que nos dejan perplejos, tales como que —aunque sus palabras digan lo contrario— no todas las víctimas manifiestan con sus acciones un auténtica voluntad de dejar de ser víctimas, y muchos victimarios declaran de sí mismos haber sido obligados por las circunstancias a hacer lo que los ha convertido en victimarios. En el primer caso, la víctima no es propiamente víctima; en el segundo, el victimario es, en el fondo, una víctima.
Nótese que cuando hablamos de víctima en general, no nos referimos a las víctimas en cuanto individuos particulares que sufren de alguna manera una acción injusta, sino más bien al Arquetipo de la Víctima.
¿Qué es un arquetipo? ¿De dónde surge?
Un Arquetipo, en la concepción de Carl Gustav Jung, es un «patrón de la psique», una configuración de tipo mental, emocional, actitudinal y comportamental —la mayor parte de las veces no consciente—, que determina algún aspecto del funcionamiento psicosocial, tanto de individuos concretos, como de grupos y culturas (Jung, 2004).
Tales patrones de la psique se originan en experiencias humanas universales (dimensión filogenética), y se activan en cada individuo en función de determinadas vivencias personales, particularmente aquellas que por algún motivo han dejado una 'huella' en el alma, tales como ciertas vivencias significativas de la infancia —o de alguna otra etapa vital— experimentadas por el individuo con una peculiar intensidad (dimensión ontogenética de los arquetipos).
Por ejemplo, a partir de la experiencia universal de la maternidad —experiencia presente en todas las culturas, en todos los tiempos—, con sus múltiples variaciones en estilos y modos, hallamos en la psique humana el arquetipo de la Madre, que incluye una gran variedad de matices, y que se plasma en figuras particulares de madres, diferentes en cada cultura, como la Madre Tierra (Pachamama), la Virgen María, la Diosa Kali, etc. Incluso la imagen que tenemos de nuestra propia madre puede estar teñida por algún matiz perteneciente al arquetipo universal de la Madre, que puede corresponder, en mayor o menor medida, a características pertenecientes a nuestra madre biológica. Lo mismo podríamos decir acerca del origen del arquetipo de la Víctima y los demás arquetipos de la psique, que según Jung, son incontables. Cada arquetipo condensa una experiencia humana fundamental y se expresa a través de determinados símbolos e imaginario cultural.
Significados de «víctima»: impotente, inocente, culpable
Etimológicamente, la palabra «víctima», en su raíz latina, significa «atado» (De Miguel, 1924), y se refiere al animal que era amarrado y depositado en el altar para ser ofrecido en sacrificio a alguna deidad. De allí que el significado más profundo de la 'víctima', en tanto arquetipo, es el de 'impotente', y refiere a cierta experiencia de desesperación, vinculada a las ideas de pasividad y catástrofe —ser atado, a la fuerza, y llevado a la muerte en contra de la propia voluntad—, así como a las emociones del miedo extremo —pánico— y tristeza ante una situación límite forzosa e inevitable.
Por otra parte, el arquetipo de la víctima también puede referir a la idea del 'inocente'. En muchas religiones antiguas se practicaba el sacrificio, en el cual la víctima debía ser pura, inocente e inmaculada, dado que su vida debía ser inmolada a una divinidad, como una ofrenda digna de un ser superior.
Sin embargo, también el arquetipo de la víctima puede incluir un significado opuesto al anterior, refiriendo a la idea de 'culpable'. Tal es el caso de la víctima que es objeto de la ira de alguna divinidad, de modo que su sufrimiento —y en última instancia, su muerte— es consecuencia de alguna transgresión, exceso o desmesura —«hybris», decían los antiguos griegos—, de modo que la aplicación de su castigo se torna un acto de reparación y expiación, justicia, para aplacar la ira de los dioses. Hay dos tipos de desmesura o «hybris»: demasiado mucho, o demasiado poco. De allí que tendremos dos tipos de víctimas culpables: la que peca por exceso, y la que peca por defecto.
Cuando una persona asume la posición de víctima —conscientemente o no— asume una posición básica de 'impotente', con las variantes de inocente, culpable por 'demasiado mucho', o culpable por 'demasiado poco', referido a algún aspecto del carácter, acción o actitud personal. Pero también puede ocurrir que una misma víctima alterne entre estas posiciones. Considerar estos significados del arquetipo de la víctima puede arrojar luz a la comprensión de muchas de nuestras experiencias vinculadas al sufrimiento, a la impotencia y al miedo paralizante, a la culpa, «todo lo que me pasa me lo merezco»; o a la sensación de que el mundo se ha vuelto en nuestra contra sólo por ser «yo una buena persona».
La posición que adoptemos, esto es, el significado que atribuyamos a nuestro ser víctima, va a determinar el sentido que habremos de otorgarle al dolor y al sufrimiento que estemos experimentando en determinadas circunstancias. Y es que los seres humanos no toleramos el sinsentido. Necesitamos atribuirle algún significado al dolor y al sufrimiento; de ese modo creamos una interpretación que, de alguna manera, hace más llevadera esa faceta oscura de la existencia de la cual ningún mortal está exento. El dolor y el sufrimiento se vuelven más llevaderos, más soportables, cuando les damos algún sentido.
Mecanismos defensivos ante la falta —«hybris»—: proyección, negación, introyección
'Inocente': Negación de la falta
Una cosa es ser realmente inocente ante una injusticia, y otra cosa es erigirnos en inocentes, desligándonos de toda responsabilidad respecto del sufrimiento que nos toca soportar. Si hemos asumido un rol compulsivo de inocentes, entonces hemos negado nuestra falta, hemos negado todo aspecto negativo propio. Pensamos que somos como esas ovejas inmaculadas, que justamente por ser buenas, mansas, puras, han sido elegidas para ser sacrificadas. Nuestro sufrimiento viene a confirmar que somos mejores que los otros, que somos especiales, si nadie sufre como nosotros —siendo tan inocentes como somos—, entonces es porque nadie es tan digno como nosotros de ser llevados al altar del sacrificio. En el fondo, no queremos dejar de ser víctimas, aunque sufrimos, porque justamente hemos atribuido al sufrimiento el carácter de confirmación de nuestra propia inocencia y bondad.
Culpable por 'demasiado bueno': Proyección de la falta
No podemos evitar sufrir algunas veces injurias que realmente no merecemos. Pero si hemos asumido el rol compulsivo de víctimas por ser 'demasiado buenos', víctimas del destino, de la maldad, ignorancia e imperfección de los otros, entonces hemos proyectado —hemos vomitado— sobre los otros nuestra propia falta, maldad, ignorancia e imperfección. Los malos son los otros. Entonces, no paramos de lamentarnos: «¿Por qué a mi?». Y no encontramos sino la misma respuesta: porque soy una víctima, injustamente lo soy, «¡Ay, pobre de mí!». Los otros deben tener compasión —o por lo menos lástima— ante mi sufrimiento; si lo hacen, pues bien, es porque soy víctima; si no lo hacen, su misma frialdad confirma que sigo siendo víctima.
Culpable por 'malo': Introyección de la falta
En ocasiones somos realmente responsables de alguna consecuencia desagradable o dolorosa de nuestras acciones u omisiones. Sin embargo, si hemos asumido un rol compulsivo de culpables, haciéndonos cargo incluso de lo que no debería caer bajo nuestra responsabilidad, sino sobre la de otros, entonces hemos introyectado la falta, lo negativo que hay en otros, su maldad y/o ignorancia, para eximirlos de responsabilidad. De ese modo, nos auto-inmolamos para conseguir o conservar algún beneficio: que el otro no se aleje, que no me prive de su presencia o apoyo, al sentirse acusado por mi. Entonces decimos: «¡Es mi culpa, perdóname!», «¡Yo, el peor de todos!», «Me lo merezco, por ser tan idiota», con lo cual podríamos estar dando al otro mensajes como estos: «¿No ves lo necesitado que estoy de ti?, sólo soy alguien que comete muchos errores; ¿no te basta con ver mi humillación?, ¡no me dejes!». Lo cual, bien podría generar el efecto contrario del que buscamos desde la posición de víctima: que el otro efectivamente se aleje ante tal muestra de baja auto estima por nuestra parte. Y si lo hace, si nos deja, ello nos confirmaría en la posición de víctima, merecedores de abandono y de todo lo malo.
A partir de todo lo anterior, queda claro que los tres mecanismos defensivos implicados en el arquetipo de la víctima producen una 'profecía autorrealizada': el mismo rol de víctima, compulsivamente asumido, produce que el entorno confirme que la víctima es víctima, e incrementa en ella un sufrimiento, en el fondo, innecesario —excepto para quien se aferra al hábito de encarnar el arquetipo de la víctima—.
Hecho vs. Interpretación del hecho
Tengamos presente que el sentido que le asignamos al sufrimiento es producto de nuestra atribución de significado —una atribución que no siempre es consciente—. No debemos confundir el hecho de que en ocasiones sufrimos, con la interpretación que realizamos del por qué sufrimos —porque soy 'demasiado bueno', porque soy 'malo', porque simplemente soy 'inocente e impotente'—.
Preguntarnos qué significado estamos atribuyendo a nuestro sufrimiento, en qué lugar nos estamos posicionando ante él —inocente, impotente, culpable— y, a la vez, reconocer que tenemos la capacidad de re-interpretar el sufrimiento, de construir nuevos significados ante él, nos va a permitir dejar de ser una víctima. Porque no siempre podremos cambiar los hechos, pero siempre podemos cambiar la interpretación que hacemos de los hechos.
Nada hay más liberador que tomar conciencia de que, como dice Epícteto: «No sufrimos tanto por lo que nos pasa, cuanto por lo que nos decimos a nosotros mismos acerca de lo que nos pasa» (máxima de la Psicoterapia Cognitiva). Este reconocimiento de nuestra propia responsabilidad en la raíz de nuestro sufrimiento y, por ende, también el reconocimiento del poder que tenemos para liberarnos del sufrimiento a partir del cambio de nuestro pensamiento, esto es, de la interpretación que hacemos de los hechos dolorosos, del sentido que atribuimos al sufrimiento, de la posición que adoptamos frente a él, esta nueva consciencia nos permite salir de lo que antes se nos presentaba como lo inevitable, el destino, la voluntad inamovible de los dioses que nos condenaba a la amarga resignación, o peor, al perpetuo enojo y resentimiento.
II. PREGUNTAS PARA EL TRABAJO PERSONAL CON EL ARQUETIPO DE LA VICTIMA
Algunas preguntas que podemos hacernos para trabajar el arquetipo de la víctima en nosotros mismos, son las siguientes. Te sugiero que no te limites a leerlas, sino que tomes un papel y lápiz, y respondas concretamente a cada una. Al finalizar el ejercicio, puedes leer nuevamente las preguntas y tus respuestas a cada una. ¿Qué nueva perspectiva descubriste?
¿En qué situaciones o circunstancias me siento o me he sentido víctima?
Tomado una de esas situaciones o circunstancias, ¿qué tipo de víctima soy/fui (inocente, culpable por demasiado bueno, culpable por malo)?
¿Qué otra lectura o interpretación podría dar a lo que sucedió?
¿Cuáles son mis responsabilidades y cuáles no lo son en tal asunto?
¿Qué pensamientos, emociones y conductas mías propias, estuvieron implicadas?
III. CÓMO SE MANIFIESTA EL ARQUETIPO DE LA VICTIMA SEGÚN LOS ESTILOS DE PERSONALIDAD
Como vimos, la etimología del término víctimaremite a ‘atadura’, y está vinculado a la noción de pasividad sufriente. Lo cual se relaciona directamente con el concepto de pasión del Eneagrama. Para ser más precisos, se trata de nueve pasiones dominantes. Por definición una pasión es un impulso que se padece, involuntario, que influye en diverso grado sobre las emociones y acciones de una persona y, por ende, presupone determinaros pensamientos asociados a tales emociones y patrones comportamentales.
Para los antiguos, el reconocimiento de las pasiones como ‘fuerzas irracionales’ que tomaban control sobre la vida de los individuos y los pueblos, está representado particularmente en los mitos. Quizás uno de los ejemplos más elocuentes de esto sean Helena de Troya y Paris, su amante, que fueron ‘poseídos’ por Eros, la pasión divina del amor, al punto de no poder controlar la fuerza de dicha pasión, ni siquiera cuando de ello dependiera una guerra entre dos pueblos, con todas las muertes que ello implicara.
Desde la perspectiva del Eneagrama, cada uno, en el nivel de la víctima inocente, negamos tener responsabilidad en aquellas acciones u omisiones que son motivadas por nuestra pasión dominante. En otras palabras, nos consideramos víctimas de nuestras pasiones y mecanismos automáticos. Como si con nuestras actitudes —si no con nuestras palabras—, dijéramos: «¿Y qué pretendías que hiciera? Ya sabes que esto es más fuerte que yo. Yo soy así, y no cambiaré sólo porque a ti no te agrade cómo soy en realidad»:
Criticar a los demás, juzgar su proceder y sus actitudes.
Forzar los procesos, pretendiendo ‘ayudar’.
Poner el hacer por encima del ser; los objetivos por encima del disfrute.
Procurar dejar la marca personal y distinguirse, salir de lo común.
Proteger mi tiempo y energía, poniendo barreras visibles e invisibles.
Estar a la defensiva ante un peligro supuesto, imaginado o posible.
Distraerse ante el dolor y negar las consecuencias de las propias acciones.
Ser demasiado directo, falto de tacto, y considerarse superior y al mando.
Procurar mantener la armonía, al costo de la narcotización.
IV. LA TRASNFORMACIÓN PERSONAL
La contracara del arquetipo de la víctima es el arquetipo del Héroe. Este arquetipo simboliza la conciencia de la propia responsabilidad de cara al propio crecimiento personal y destino.
Como bien lo ha mostrado Joseph Campbell, en la gran variedad de los mitos y leyendas encontramos el trasfondo del «viaje del héroe», tema arquetípico que representa la experiencia humana del desarrollo de la consciencia a través del aprendizaje vital, tomando cada situación adversa como una ocasión de aprendizaje. En su viaje arquetípico, el héroe pasa por tres estadios (Noel, 1991):
Salida. Abandono de la zona de confort, de lo conocido, la partida, el inicio del viaje interior, el inicio de la aventura del propio crecimiento en el nivel de conciencia.
Peripecia. Enfrentamiento de los propios miedos, el león de la voluntad que se enfrenta al dragón del temor y la culpa, el joven que deja la niñez atrás y comienza tomar responsabilidad por la propia vida; y el caballero que, tras derrotar a la bestia, rescata a la damisela que estaba prisionera en la torre del castillo (símbolo de la reconciliación de los opuestos, Animus y Ánima, razón y corazón, intelecto e intuición).
Retorno. El héroe retorna a su pueblo natal, a los suyos, con las heridas del viaje, pero también cargado de experiencias que le permitieron madurar. Llega transformado. Es el mismo pero a la vez es otro, más consciente de las propias fortalezas y debilidades
El primer estadío del proceso de transformación personal —paso del arquetipo de la víctima al arquetipo del héroe— está representado por el deseo de conocerme cada vez más a mi mismo, y por un esfuerzo activo por lograrlo, a través de diferentes medios, tales como lecturas, seminarios, terapias, workshops, etc., orientados a tal fin.
El segundo estadío implica, de algún modo, una muerte y un renacimiento; un punto de inflexión, un antes y un después en la experiencia vital. Lo cual requiere superar con resiliencia las adversidades, y poner en práctica, en situaciones reales de la vida cotidiana, el aprendizaje que vamos adquiriendo e incorporando en el proceso de auto-conocimiento. Reconocemos que —aunque sabemos que nos falta mucho por recorrer en este camino de transformación personal— hoy no somos el mismo que ayer, que hace 5, 10, 20 años; hoy somos más conscientes de nuestra propia influencia sobre los acontecimientos que vivimos en el plano interpersonal: laboral, afectivo, social. Sabemos que hay hechos que no podemos prever ni cambiar, pero también, que sí podemos cambiar ciertas actitudes e interpretaciones relacionadas con los hechos y circunstancias que hacen a nuestro día-a-día. Reconocemos en nosotros mismos un aprendizaje, una ampliación del nivel de consciencia, que nos permite posicionarnos menos desde la victimización y más desde la responsabilidad y el empoderamiento sobre nuestra propia vida y circunstancias.
El tercer estadío implica salir airoso de las pruebas; llevar las cicatrices del viaje como trofeos y no como deshonras, pues en cada caía, en cada pelea, en cada error reconocido, aprendemos. Y de eso se trata el viaje de la vida. Este estadío, empero, implica también cierta incomodidad para el sistema de relaciones y roles —explícitos e implícitos— en el que estamos insertos. El entorno socio-relacional funciona como un sistema de influencia mutua. Si un miembro del sistema cambia en su modo de pensar, sentir, actuar, necesariamente también ese cambio influirá en los otros integrantes del sistema. No siempre nuestro entorno tolera bien nuestros cambios, y más resistencia podemos hallar de parte del entorno en aquellos cambios nuestros que sean más profundos y radicales, tales, como cambiar el modo de funcionamiento automático por uno más consciente, o el cambio de un posicionamiento victimista hacia un posicionamiento con mayor nivel de responsabilidad. En ocasiones, el héroe, al retornar de su viaje, debe evaluar la posibilidad de mudarse a una distancia saludable, cambiar de entorno, o al menos mudarse al pueblomás próximo, a fin de poder crear nuevos vínculos, relacionarse con los demás desde otros roles, re-inventarse, en definitiva, de cara a los otros.
¿De qué modo cada estilo de personalidad asume su propio héroe interior?
Dejar voluntariamente la victimización y la estrategia de excusarnos detrás de nuestros mecanismos automáticos (pasión, fijación, hábitos, carácter, etc.), para pasar a ser los protagonistas y creadores de nuestro presente y futuro, implica un acto de suma valentía, a la vez que un auténtico y sano amor propio. De hecho, no muestra mayor de amor propio que el decidirnos firmemente a abandonar todo aquello que nos impide crecer y desarrollarnos, incluso cuando no sea fácil ni agradable para el ego dejar la seguridad de lo ‘malo conocido’ (pasión dominante y sus mecanismos automáticos vinculados a ella).
El primer paso en el cambio de la identificación con la víctima a la identificación con el arquetipo del héroe, es la capacidad de integrar en la propia consciencia el reconocimiento de la pasión dominante y los mecanismos automáticos que se le asocian.
El segundo paso en este camino de transformación consiste en integrar en el campo de la consciencia los aspectos más y menos adaptativos de nuestra personalidad, representados por los dos puntos señalados por las flechas que salen de nuestro eneatipo (ver Ficha de Flechas). Y así, tenemos que en situación de elevada presión ambiental, cada estilo de personalidad se inclina a funcionar en un nivel de elevado estrés:
Tiende a sentirse incomprendido y se inclina, con amargura, al resentimeinto (1 va al 4).
Tiende a mostrarse tosco, confrontador, dominantemente insistente, vengativo (2 va al 8).
Tiende a desconectarse de su auténtico interés, se vuelve apático, inerte (3 va al 9).
Tiende a hacer reclamos, escenas emotivas y a mostrarse codependiente (4 va al 2).
Tiende a volverse disperso, agitado e irritable, cuando no autocomplaciente (5 va al 7).
Tiende a centrarse en la imagen, y se vuelve trabajólico y competitivo (6 va al 3).
Tiende a pensar con rigidez y obstinación, se vuelve crítico e irritable (7 va al 1).
Tiende a apartarse, con apatía, de los demás; escéptico y desdeñoso (8 va al 5).
Tiende a ponerse a la defensiva, desconfiado, quejoso y ansioso (9 va al 6).
El tercer paso en el proceso de transformación desde la víctima al héroe, será incorporar el hábito de la presencia consciente y compasiva (no enjuiciadora), esto es, incorporar la práctica del mindfulness, en nuestra vida cotidiana, que permita potenciar las virtudes y minimizar la influencia nociva de la pasión. A partir de la práctica del mindfulness, la 'atención plena', compasiva en vez de enjuiciadora sobre nosotros mismos, podemos crear un 'espacio de libertad' entre el estímulo y la respuesta, como decía Víctor Frankl, para responder con mayor libertad, responsabilidad, y menor automatismo ante las situaciones adversas cotidianas. Es así que, a medida que crece el nivel de consciencia, decrece el automatismo, y la pasión va dejando lugar a la virtud.
Más serenidad y menos enojo y crítica.
Más humildad y menos orgullo y manipulación.
Más autenticidad y menos autoengaño y competitividad.
Más ecuanimidad y menos envidia y melancolía.
Más generosidad y menos tacañería y aislamiento.
Más valentía y menos cobardía y desconfianza.
Más templanza y menos gula y escape.
Más compasión y menos venganza y tosquedad.
Más diligencia y menos indolencia y narcotización.
* * *
Finalmente, en un mundo en el que es más fácil renunciar que sostener el esfuerzo que implica el compromiso, quizás podamos hallar un buen motivo para comprometernos en serio en el proceso de nuestra propia transformación si consideramos que el primer paso para crear un mundo mejor no es quejarnos sino hacer algo positivo. Quizás el mejor legado que podamos dejar sea el de nuestra propia transformación, pasando de funcionar como víctima a asumir la consciencia y la valentía responsable del héroe.
Hasta la próxima,
Marcelo Aguirre
Referencias
Jung, C. G. (2004 [1934]). Arquetipos e inconsciente colectivo
Noel, D. C. (1993). "Re-visionando al Héroe". En AA.VV, Espejos del Yo
De Miguel, R. (1924). Nuevo diccionario latino-español etimológico